Cosas que decir: Venecia
Almas
Hace poco más de un año me estaba enterando de que estaba embarazada de Amalia. Como muchas otras cosas que no se cuentan y experiencias que se viven en silencio, llegar hasta ese día no fue tan fácil.
Durante años exploramos la idea. En cuanto nos sentimos preparados, llevó meses encontrarla. Tanto fue así que, para no agobiarme, decidí empezar sesiones semanales con mi psicóloga, Clau.
Desde el primer momento la hora y pico que compartía con ella se convirtió en algo sumamente especial. No había pasado una semana de conocerla, y ya sentía que le podía decir todo —pero todo— lo que pasaba por mi mente.
Uno diría que así se supone que tiene que ser si uno va al psicólogo, pero no. No es tan así. A veces lleva más tiempo. A veces, también sucede, que la persona que está enfrente, por más de que sea el profesional e incluso sin quererlo, nos intimida. Pero eso nunca me pasó con Clau.
Pasaron unos meses desde nuestro primer encuentro y, durante un viaje a la Costa Amalfitana, me sucedió algo que quise contarle enseguida. En la siguiente videollamada le anticipé: “Clau, no pienses que estoy loca con lo que te voy a contar, pero estuve sintiendo algo que creo que es bastante especial”.
Le conté que hacía varias semanas que me sentía perseguida por mariposas blancas. La primera simplemente me llamó la atención y me sacó una sonrisa, pero pasaban los días y las mariposas blancas seguían rodeándome y hasta acompañándome en cuanto salía a la calle. Estaban en la ciudad, estaban en el campo, y estaban en cualquier lugar al que me fuera. Ese fin de semana, estaban también en Pompeya. Caminé por las ruinas un buen rato y, cada vez que miraba a mi alrededor, ahí estaba una mariposa blanca. Era tan insistente la aparición que pensé que tenía que ser una señal. Y eso fue lo que le conté a Clau.
—No lo puedo creer, María.
—¿Qué Clau? ¿¡Qué quiere decir!?
—Las mariposas blancas son almas… ¡hay un alma que te está buscando!
A las semanas me hice un test de embarazo y, cuando dio positivo, no pude evitar pensar que finalmente me había encontrado un alma y había llegado volando en la forma de una mariposa blanca.
Pasó un tiempo y le conté a Andrés todo lo anterior. Me hacía ilusión que supiera lo que había sentido y que compartiéramos la complicidad de la historia. Después de eso, no las vi más.
Durante un tiempo pensé que las mariposas habían cumplido conmigo, y que entonces quizá por eso habían decidido emprender otra misión. Pero la racha se acabó en cuanto llegamos a Venecia.
Venecia
La idea de ir a Venecia surgió a raíz de un posteo del Director de La sociedad de la nieve, J.A. Bayona, que comunicaba que la película iba a cerrar el Festival de Cine internacional de esa ciudad. Grabé una imagen de la pantalla, se lo mandé a mamá y le dije “¿Vamos?”.
Justo coincidía con su visita de medio año y, si bien en un primer tironeo de mensajes lo dudó bastante, finalmente accedió a explorar la idea de ir.
—Tiene que ser una señal — dijo. Ya que, en realidad, no se suponía que iba a estar en Italia en esa época. Un abrupto y reciente cambio de planes lo quiso así.
Entonces subimos a Amalia a un tren de nuevo —después de una reciente travesía de más de 10 horas a Paris de éxito moderado—. Armamos la valija con el código de vestimenta “black tie”, y emprendimos viaje al Lido de Venecia para sentir la vibra de un festival de cine por primera vez, nada menos que para asistir al cierre con la película de Bayona que está basada en el accidente aéreo que ocurrió en los Andes en 1972, donde falleció mi tío, hermano de mamá, Marcelo Pérez del Castillo.
Los nervios galopantes hicieron presencia desde el minuto en que mamá recibió la invitación de la producción de la película, justo el jueves de la semana anterior. Al otro día, a mamá le vino gripe.
—Te bajaron las defensas, ma —. Era normal. Tanto ella como yo manifestamos estados de ánimo con el aparato respiratorio.
El resto de los días nos distrajimos buscando cómo calmar los síntomas, buscando qué ponernos, encontrando hotel y planeando la llegada al Lido de Venecia que, con Amalia, no iba a ser tan fácil. Las pocas veces que hablábamos de la película en sí, el ambiente se estiraba hasta parecer reventar, momento en el cual procuraba decirle en distintos idiomas:
—No vamos a hacer nada que no quieras hacer, ma. Entramos si querés entrar. No entramos si no querés entrar. No hay error. Lo que hagamos es lo que va a estar bien hacer.
Pero en vez de debilitarse, mi madre se iba fortaleciendo. Empezó a tomar decisiones del viaje con ánimo tajante. En vez de escaparle a las dudas la veía batallarlas de frente y en primera línea. Y ahí me di cuenta de que la que estaba más nerviosa era yo por ella. Y ella, se hizo fuerte por sí misma, por mi familia, y por mí.
Sin embargo, la verdad es que, aún después de toda la travesía, de conseguir a una amiga (que más que amiga, es un ángel), que se quedara con Amalia para que pudiéramos ir los tres, no estábamos seguros de lo que iba a pasar. No contemplábamos no entrar a la sala como primera opción, pero sí existía la posibilidad de irnos antes de que terminara la película, o antes de que empezara. No sabíamos qué hacer. No sabíamos qué sentir.
Pero esa tarde de sábado, exactamente el 9 de setiembre, sentados en el patio del hotel, pensando sin pensar y procurando existir sin sentir, llegó a posarse en mi mamá una mariposa blanca.
—¡Miren qué linda! ¡Una mariposa blanca!
—No puede ser, ma, ¿sabés qué significa eso?
—No, ¿qué?
— Que hay un alma que te está buscando.
—¿Y quién será?
—Es Marcelo, ma.
Y porque la vida se puede resumir en si creer o reventar, empezamos a llorar.
Festival
Antes del festival nos invitaron a un cóctel donde iba a estar el director J.A. Bayona, la producción, los actores, algunos sobrevivientes del accidente, y nosotros. A modo de evitar pensar en un potencial bloqueo mental que nos impidiera llegar, seguimos hablando del maquillaje, horario, traslado, y de cualquier otra cosa que no fuera pensar en cómo iba a reaccionar nuestro inconsciente que llevábamos engañando una buena cantidad de días.
Pero el momento llegó. Con Andrés de soporte en retaguardia y yo de guardaespaldas, entró primero mi mamá dejando una estela de luz blanca en medio de un mar de trajes oscuros. Saludamos con una sonrisa, “como convencida de que tenés que estar ahí, ma” le había dicho, y se lo creyó. Después, nos buscamos un espacio y empezamos a flotar.
Durante el evento, no logré que me salieran las palabras. No pude casi interactuar. Veía pasar caras conocidas y las esquivaba porque solo tenía en mente buscar los ojos de mi madre y asegurarme de que estaba bien. Esa había sido la tarea explícita que me habían dado mis hermanos y mi padre: tenía que cuidarla.
Pero a mamá se le cayó un vaso entero de cóctel colorado encima de su pantalón blanco y no se inmutó. Se acercaron personas que en el entorno de todos los días en Montevideo la ignoran para no saludarla, y les dio un abrazo. Habló de la Biblioteca Nuestros Hijos determinada a hacerla un tema inescapable en las conversaciones del evento. Navegó la sala, no como una sola persona, sino con la fuerza de cuatro mariposas blancas.
Llegamos a la sala todavía distraídas por la alfombra roja, por algún que otro famoso que estaba por ahí, y por la diversión cubierta de fotos gracias a una experiencia espectacular que no habíamos planeado vivir. No caímos en la realidad hasta que nos sentamos.
La sociedad de la nieve
Me senté en el medio entre mamá y Andrés. Pensé que así iba a poder apoyar a mamá y, de reojo, apoyarme en Andrés si lo necesitaba.
Mi mano izquierda sostenía a mamá, mi mano derecha era abrazada por Andrés quien, a esta altura, ya se había dado cuenta de que en ese grupo humano, al parecer y quizá por primera vez, la que demostraba más fragilidad era yo.
Llegó Bayona, lo aplaudieron, bajaron las luces y comenzó, de nuevo, aquel viaje de octubre de 1972. Ese viaje del que escuché hablar millones de veces, del que escribí por meses y el que define en gran medida quienes somos hoy como familia.
A los pocos minutos de comenzar, así no hubiera sucedido el accidente aun, unas lágrimas tensas y nerviosas bajaron por mis mejillas. Apareció el actor que hace de mi tío y le vi un aire escalofriantemente familiar. Miré a mamá. Estaba ensimismada en la pantalla, apretando mi mano con la misma fuerza que yo le devolví al apretar la de ella.
Volví a la pantalla y, en cuestión de un puñado de escenas, llegó la escena del accidente. Me contraje hasta volverme miniatura en el asiento y cerré los ojos como si fuese yo la que me iba a estrellar, pero por dentro. Y mi abuela. Todo el tiempo se me apareció mi abuela, Bita, en la cabeza. En ese momento estaba en el auto en Uruguay, con su hermana y su cuñado, yéndose al campo, probablemente pensando que era un paseo más sin saber que el universo habia decidido que, mientras tanto, ocurriera esto. No puede ser, no puede ser, pobre Bita, pobre Marcelo, pobres todos. Solté la mano de Andrés, la puse en mi boca para atajar una bocanada de aire que solté con un sonido ahogado un segundo después.
Y la película siguió, cada vez más dura, cada vez más real dentro de su ficción. Vimos a Marcelo con el fondo blanco, desesperado pero esperanzado, nervioso pero decidido. Fuerte. Valiente. Ahí estaba frente a mí dejando de ser un espejismo en nuestro árbol por primera vez. Eran cinco… claro. Cinco hermanos.
Detuve el tiempo y con todo el teatro en pausa pensé en mis hermanos. Esas personas con las que no concibo no vivir. Mis padrinos, segundos padres y mejores amigos. Una vida sin ellos, sin cualquiera de ellos, no lo hubiera aceptado. Entonces reanudé la realidad, busqué a mamá y me di cuenta de que para ella siempre fueron cinco, solo que a mí todavía esa ficha no me había caído del todo. No de una manera donde pudiera entenderla como lo estaba haciendo ahora.
No puede ser, no puede ser, pobre Bita, pobre Marcelo, pobre mamá, pobres todos. Qué horrible. Pobre Bita, pobre Marcelo, pobre mamá, pobres todos. No puede ser…
Pero había sido.
Presente
No sabía que podía pasar dos horas sin respirar hasta ese día. Momentos como el fallecimiento de mi tío en una pantalla, representado en una escena especial para él al grito de «¡Capitán!» se tatuaron con una tinta gruesa que acaparó todas las capas de mi cuerpo que hacia el final estaba tan pesado como la cordillera.
Pasaron los días y no lo pude sacudir. Ni un poco. La tinta seguía penetrándome, día y noche. Continué sin poder hablar, porque aquel grito ahogado del cine seguía siendo mi única reacción posible.
Le aseguré a mis hermanos que mamá estaba muy movilizada, pero bien. Que mientras navegábamos por los canales de Venencia del Lido hacia la estación de tren al otro día, ella misma juraba que se estaba curando. La miré desde los asientos de atrás del barco, todavía multiplicada y erguida gracias a una fuerza atómica que algo tan improbable como una película sobre el momento más difícil de su vida le había asegurado que era suya para tomar. Que también la representaba. Que también era parte de su identidad.
En la realización de este hito existencial, no me quedaba más que hacer lo que creo que hago mejor: tomé papel y lápiz, llamé a mi ejército de mariposas blancas, y me puse a escribir.
Marga
on 6 octubre 2023Yo estaba en la conferencia de prensa que dieron los supervivientes el día que llegaron a Montevideo.
Las coincidencias sincrónicas que siempre suceden en este tipo de terremotos emocionales.
Anteanoche, en casa, estaban María Elena Perrier y Miguel Otegui. Saqué el tema de la película porque la vi anunciada en Netflix. Y ahí comenzó María Elena a contar la historia de cómo surgió el rodaje de la película. Hablaron con los familiares de cada uno. Se interiorizaron en sus personalidades, gestos, fue un documento muy trabajado a conciencia. Y sobre todo, pidieron permiso a los familiares para rodar esa película.
Esto me sucedió anteayer.
Pensé enseguida en Stellita, en ti, María, que fueron a Venezia al estreno.
Y ahora, me llega tu post, tus palabras, y se me anuda la garganta.
Qué duro trance tuvieron que vivir pero, seguramente, mejor es haberlo vivido.
Gracias por mostrarnos tus sentimientos, las fotos cargadas de amor y emotividad.
Gracias por tus palabras tan justas, tan descriptivas.
Gracias, María , por estar ahí.
Guillermo Scott
on 7 octubre 2023Magnífica bitácora de un proceso tan íntimo y familiar. Gracias por tu generosa narrativa, cercana y ágil. Y me alegro mucho que cómo familia, y principalmente tu madre, hayan podido disfrutar y emocionarse con la película.
Maria del Carmen Perrier
on 9 octubre 2023¡Hola Guillermo! Qué cálido y reconfortante tu comentario. ¡Muchas gracias! Ha sido una experiencia espectacular que no vamos a olvidar. Ahora falta que el mundo la vea. Un fuerte abrazo, María.
Sylvia García de Zúñiga
on 10 octubre 2023María del Carmen : Que difícil encontrar las palabras que te puedan mostrar lo que me emocionó y conmovió lo que estas compartiendo. Momentos en los que se mezcla ansiedad, duda, miedo. Saber que sí, que es lo que hay que enfrentar y realizar esa alquimia de transformar momentos dolorosos en un renacer. Lo contas de una forma exquisita y logras trasmitir cada una de las emociones que las envolvieron . . Solo decirte que una de las mariposas blancas que llegó a la vida de tu mamá fuiste tú. Gracias por compartir tanto.
Maria del Carmen Perrier
on 13 octubre 2023¡Sylvia!
Me quedo fascinada con tu mensaje. Qué lindas palabras y qué cierto todo: «esa alquimia de transformar momentos dolorosos en un renacer».
¡Claro que sí!
Gracias a tí por estar ahí y dejarme tu reseña tan amorosa y cálida.
¡Un fuerte abrazo!!!
Selva
on 17 noviembre 2023Miles de emociones a flor de piel en esta narrativa, tan intensa que sentí que estaba ahí sentada junto a ustedes. La historia de las mariposas me pareció una de las cosas más lindas que has contado. Te abrazo amiga adorada!
silvina marguery
on 31 diciembre 2023Aún no vi
la pelicula no quise … Ayer me encontré con Stellita En el almacén la Vi y me emociono verla a pesar de que la cruzo seguido hablamos de la película y más me emocione y en unos minutos me transmitió una catarata de sentimientos como si yo fuese una amiga cercana .. más me emociono su sentir ya saque mis entradas para el martes… gracias !!!!
Maria del Carmen Perrier
on 11 enero 2024¡Qué divina Silvina! Espero que hayas tenido una linda experiencia. Sin duda es un momento especial para todos los que vivimos esa historia con cercanía e intensidad. Un fuerte abrazo, María.
Rosina Otegui
on 31 enero 2024Que maravilla que tomaste papel y lápiz, llamaste a tu ejército de mariposas blancas y escribiste la experiencia inolvidable que vivieron en Venecia !!! Cuánta emoción, cuánta valentía y cuánta fortaleza para enfrentar las distintas etapas de presentación de la película. Tú viste en la película a Marcelo ser fuerte y valiente. Y todo lo que tú nos contás, nos muestra la valentía de Stellita al vivir su proceso de curación con tanta entereza y serenidad, abrazando a quienes nunca antes la habían abrazado, y logrando que la Biblioteca Nuestros Hijos trascendiera a otro nivel y fuera tema de conversación en todas las instancias. Y veo en ti la misma valentía al cuidarla y protegerla siempre, más allá de lo que tú sentías. Muchas gracias por compartirlo !!!
Maria del Carmen Perrier
on 12 febrero 2024Querida tía, ¡así es! No me sorprende que sea un proceso de curación todo esto, ¿sabés? Ahora estoy leyendo el libro «Cómo hacer que te pasen cosas buenas» de Marian Rojas Estapé, y habla mucho sobre la gestión de las emociones. Lo que está pasando, es que la pelicula está liberando cortisol guardado en las células hace exactamente medio siglo. ¡Es muy fuerte! Te lo recomiendo porque es una lectura amena e interesante. Beso gigante y gracias por estar.
Adri Delgadillo
on 16 febrero 2024Desde que escuche las palabras de tu mami, estoy segura que el cine sana, el arte cura. Ese orgullo de haber tenido un tío tan valiente, tan íntegro siempre permanezca en tí. Ya pertenece a una historia que hizo estremecer al mundo entero. Saludos desde Bolivia
Maria del Carmen Perrier
on 5 marzo 2024¡Adri! el arte cura, así es. A mi la escritura me cura todo el tiempo. Es un orgullo enorme para mí mi familia, y que otros la conozcan y lo vean así, todavía más. Un fuerte abrazo desde Roma!!!
Lola
on 16 febrero 2024Ha sido una narración increíble de vuestra experiencia. Cada vez que leía «pobre Bita» se me encogia el corazón. Muy valiente tu madre.
Un saludo y un fuerte abrazo desde Toledo (España)
Maria del Carmen Perrier
on 5 marzo 2024Lola, querida, gracias por tu mensaje tan sentido. Ahí está Bita conmigo siempre, y yo, aunque no esté, conociéndola siempre un poco más. Un fuerte abrazo!
Ludy G
on 16 febrero 2024Hola María, me emociona encontrar este texto justo ahora que he visto el video de tu hermosa mamá, conocer la historia de la mariposa blanca me encantó y estoy segura que tu tío fue quien las condujo a ir a Venecia.
Escribes increíble y me trasladaste al momento en que vivieron todo ese
Renacer, te mando un abrazo fuerte, voy a buscar tus libros, soy mexicana me encanta leer y hace 12 años falleció mi papá estoy segura que algún día también lo vere en una mariposa blanca ❤️
Maria del Carmen Perrier
on 5 marzo 2024Ludy, me inundo de emoción con tu mensaje. Claro que sí, ahí están todas las mariposas blancas que más queremos acompañándonos siempre. Un beso gigante y gracias por tan lindos comentarios y por leer!
Carmen Peña
on 16 febrero 2024Hoy 15Feb24 puedo leer este post has descrito tantas cosas tantas emociones tantos detalles q es como si nos hubieras llevado a vivirlo contigo, vi el video d tu mama q bueno q ya puede exteriorizar su pena su dolor y crear puentes, ella se lo merece grs x el post y un abrazo muy fuerte a todos uds desde Peru❤️
Maria del Carmen Perrier
on 5 marzo 2024¡Hola Carmen! Muchas gracias por el mensaje. Me alegra haberlos llevado conmigo un ratito, era la idea! Beso grande!