Vaso lleno
48 horas bien aprovechadas si las hay: cuevas, parques, pueblos perdidos estancados en películas de los 70 -como el gran Culpeper, aunque para mi «Cool-Pepper» hubiera sido una mejor elección de letras, digo -, buen vino, música en vivo y unas vistas registradas por el increíble lente de Steph, que si bien no son el suelo «suavemente ondulado» de mi país, son más que dignas de un suspiro, o tres.
Culpeper, VA. |
Semi perdidos por las rutas de Virginia, fue de gran ayuda que los co-roadtripers hubieran leído el libro «En la ruta con un Perrier – Guía de cómo sobrevivir en el campo con mocasines y seguirles la corriente sin volverse loco en el intento«, escrito por papá y mamu, con grandes aportes de mis tres hermanos y yo. En definitiva, solamente nos faltó bajar el atril y los óleos en el medio de la calle mientras alguien teje escarpines en el auto y era un clásico viaje familiar. Si veíamos algo parecido a una buena foto, frenábamos. Si el café que estaba a diez kilómetros era mejor que el que estaba a una cuadra, íbamos. Y si el ser que tenía atrás sentado cantando 3/4 del viaje, con intervenciones del estilo de: «¡hay vacas! (aplauso y salto en el asiento)», pedía para frenar en el medio de la ruta para violar la propiedad privada a riesgo de ser expulsada a tiros por un cowboy solo por acercarse a unos caballos, se daba la vuelta y además, hacían guardia. Ni la rodilla sangrando por arrastrarme para pasar desapercibida ni el pasto que me quedó en la cabeza me importaron mucho – en verdad no me di cuenta que lo tenía hasta que el cajero del Hidden Julles Cafe de Warrenton me avisó que básicamente parecía un espantapájaros ensangrentado – porque todo me daba la sensación de estar en casa.
De todas las veces como ésta que intenté desenchufarme, la gran mayoría me quedé pegada. Parece que tratando de ponerle un parate a la cabeza simplemente le doy más manija, y aunque eso en general trae una connotación negativa, no siempre es así. Entre la gran compañía, la improvisación de los caminos y los bailes con extraños en lugares recónditos del Estado, volví con el vaso lleno. Bienvenida será la gota que lo rebalse.
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