Timing
En una ciudad donde al final de mes se pierde la cuenta de quién vino, quién se va, quién tiene planes de irse y quién sueña con quedarse, pretender cierta estabilidad parece una utopía. Todavía sigo analizando cuántos «adiós, que te vaya bien» una persona puede soportar, y si bien vengo entrenándome, comprobé que el tiempo no lo hace más fácil.
Dentro de mis relaciones estables más destacables está la insólita amistad con Kim, el dueño del minimarket «Sheele´s» en la esquina de casa. Estoy casi segura de que no cierra nunca aunque el horario de la puerta diga otra cosa, y si bien los fines de semana lo atiende la hija, creo que si le pego un grito baja corriendo del ático donde sospecho que viven. Nuestro diálogo no cambia nunca, y la verdad que me costó acostumbrarme a que me persiguiera por los tres pasillos de «Sheele’s» mientras decido qué forma de fideo comer ese día, pero este coreano se ganó mi simpatía.
Selfie con Kim |
Desde que lo conozco lo encuentro sumamente intrigado por mi estado civil.
-María, no boyfriend?
-No Kim, no boyfriend.
-Ohhhh…. -suspira-.
Le preocupa, yo sé que le preocupa. Pero por otro lado que me lo pregunte día por medio me da cierto indicio de que me tiene una fe tremenda, y eso lo convirtió en un hombre sumamente importante en mi vida y se merece todo mi respeto.
El otro día cuando vino la pregunta, porque nunca falta y sé que en algún momento entre que llego a la caja y espero que pase la tarjeta -alrededor de diez minutos- se viene o se viene, probé por diversión su capacidad de improvisación y me salí del guión: «they don´t want me Kim, there´s nothing I can do». Y lo maté. Lo saqué del esquema y le compliqué la vida, pero lo solucionó ofreciéndome a su hijo y haciendo un corazoncito con las manos que casi me descostilla.
Kim me hizo reír en un timing perfecto, porque los alérgicos al polen y yo no tuvimos una bienvenida de la primavera necesariamente con bombos y platillos, y lo necesitaba. Somos ambos víctimas del bad timing. Pasé por un par de situaciones que me hicieron pensar que capaz uno no siempre está donde tiene que estar, o lo que es peor, estuviste y no te diste cuenta. Además, me resulta demasiado frustrante asumir que cuando finalmente sos consciente de esa situación, ya no hay nada que se pueda hacer.
No imagino tampoco que haya algo a lo que se pueda culpar, menos que menos a uno mismo. Por mi lado, mantengo firmemente que con mi medio pie en la tierra es más que suficiente y nada tiene que ver. Al final es como me dice Rose: «life is not plain vanilla, and if it where, you wouldn´t like it». Prefiero un bajón por estar desfasada en el tiempo que ser gravitacional. Prefiero ser un tsunami de emociones y una excusa para ir de roadtrip a Alaska cantando Calamaro y tango. Y si el viaje no se concreta, entonces quizás, simplemente no era el momento.
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