The Times they are a changin
Me vengo manejando con «especiales de verano», sin más excusa que la carrera contra el tiempo auto-impuesta y que me pone en la pésima situación de intentar hacer un resumen de los acontecimientos. Eso es simplemente injusto e imposible, porque estas semanas fueron una ensalada de frutas tropicales dando vueltas en una montaña rusa con fast pass.
Me mudé, y mi nuevo hogar lo comparto con dos seres increíbles que siempre encuentran una buena razón para brindar. Fui a grandes fiestas, viajé bastante, y para hacer el combo agrandado en una y otra ocasión conocí unos grandes personajes. Como si fuera poco, aterrizó desde el paisito mi hermano menor -ocho años mayor- con mi cuñada, después de casi diez meses de no verlo.
Seres especiales si los hay, por las mejores razones. Juntos los tres en vez de sumar 90 años (ouch), le sacamos el cero y parecemos de 9, jugando con los cascos del Air and Space Museum hasta que nos echan, de patas para arriba en un bar en New York, o corriendo del metro hasta la entrada del Arthur Ache como si fueramos autitos chocadores emocionados, así todavía no perdonemos a Rafa por su plantaso. Agradecida por el exceso de mercados de pulgas e ideas poco convencionales que descartaron cualquier dejo de monotonía, los despedí dos semanas después hasta diciembre con una alta dosis de nostalgia, para variar.
Sentada en silla rodeada de Legos, libros demasiado gordos para mi gusto y ojeando un poster del mundial del 30, pienso que no solo cambiaron muchas cosas, sino que no tienen nada que ver, y eso está bien. Me acuerdo de papá diciéndome que el mundo es de los audaces, y vuelvo a la pantalla convencida que desde acá, efectivamente solo hay para arriba.
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