Stellit-osophy
Después de dar vueltas por el globo como si todo quedara a la vuelta de la esquina, me tocó bajar a tierra. Fue en ese momento que las horas antes de irme a dormir las dediqué a reflexionar sobre qué era lo que me tenía tan callada. No era simplemente el final del viaje, sino más bien el replanteo de conceptos y generalidades (y aceptar que por mucho tiempo los tuve errados), sumado a una triste realidad que se presentó ante mí como nunca antes:
que lamentablemente, no SABEMOS nada.
No sabemos qué pasa en el mundo, no somos conscientes de los problemas que enfrentamos, o que enfrentaron nuestros padres, o los que le estamos dejando servidos a las futuras generaciones, no sabemos nada de nada. Y como si no fuera lo suficientemente triste «no saber nada», siento que es eso lo que inevitablemente nos fue llevando a algo aún peor:
no HACER nada.
Saber, hoy por hoy, no es tan difícil si se tiene en cuenta que muchos tenemos acceso ilimitado a noticias, acontecimientos, novedades, desgracias, descubrimientos, lo que sea, no solo en nuestras tres cuadras a la redonda, sino en el bendito globo. Entonces, ¿será que elegimos no SABER nada, para no tener que HACER algo? ¿Así de vagos estamos? Entiendo que ser pesimista es algo medio característico del uruguayo, pero créanme que aún tratando de evadir esta sensación con esa excusa, concluí que no es puro pesimismo, sino pura realidad. Somos generaciones que nos convertimos en incultas, y hasta ignorantes, por elección.
Me causa algo de gracia, y al mismo tiempo me pone mal, ese momento en que el padre dice orgulloso: «el otro día mi hijo me enseñó que tengo que cerrar la canilla y no desperdiciar agua porque se mueren los pececitos». No creo que nunca haya leído acerca de la escasez de agua potable y los problemas que enfrentaremos si no cuidamos este recurso, simplemente ocurre que en algún momento de la vida decidió ignorar ese dato y le resultó más fácil patear la pelota.
A veces me llama la atención como muchos de los que tuvimos el privilegio de acceder a una educación, que recibimos años de lecciones sobre cómo reciclar, horas y horas de clases sobre cómo escribir bien, aprendemos sobre la importancia de agradecer y hasta de ser amables, se nos olvidan estas cosas tan básicas, o decidimos no darles la tremenda importancia que se merecen. ¿Cómo puede ser? Esto nos convierte, en mi humilde opinión, en unos totales desagradecidos, porque es nuestro deber aunque sea dar un buen ejemplo.
Hoy vi que The Economist creó una fundación para «darle a los jóvenes la oportunidad de aprender sobre actualidad para sentirse involucrados y generar un impacto positivo en la sociedad en la que viven» y que «tomen mejores decisiones que nosotros». Me parece una gran iniciativa, y a la vez, resulta muy loco que hayamos llegado al punto de crear una fundación para algo que en teoría tendría que salir naturalmente. Y aún así, la cosa tal cual está demuestra que necesitamos de esto y mucho.
Ojalá todos queramos volver a saber, y que eso nos lleve felizmente, a querer hacer.
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