Cosas que decir: Soledad
Uno de los desafíos más grandes que enfrenté hasta ahora fue combatir la soledad, y eso que considero que la experimenté recién bastante adentrado el curso de mi vida. Estaba en una ciudad nueva donde había hecho un grupo de amigos delirantemente divertido y sanamente ambicioso por cultivar un rol protagónico en el desarrollo del mundo. En tres meses viví —¿y aprendí?—lo que no había vivido en los 10 años previos con un contento descostillante, pero en cuanto esos meses terminaron, cada uno de ellos partió para seguir su camino en otra parte. En lo que se sintió un microsegundo de transformación forzosa, me encontré en el cuarto de un ático sin luz esperando un invierno gélido de frente a la cara impávida de aquella Soledad.
Hoy puedo recordar sin rezago de dolor el vacío silencioso de no contar más con la presencia de mis amigos. Durante el día, me iba al río con un libro tratando de convencerme de que, aunque la situación fuera distinta, estaba todo bien. Pero ya no era tan ilusa y sabía que estaba disimulando placer refugiada en la lectura. En cuanto dejé de esconderme, me di cuenta que ese no era el camino en el que quería seguir de ninguna manera. Así que tomé las riendas de la cuestión y, con el caballo que me llevaba a paso lento vaya uno a saber dónde aún retobado, di media vuelta y escapé.
Aclaro de todas formas que no tengo el recuerdo de que esos momentos cara a cara con la frialdad de Soledad hayan durado demasiado. A pesar de no ser necesariamente disfrutable, considero que ese espacio de solitud puede llegar a ser incluso necesario siempre y cuando se tenga la noción de que, llegado el momento, hay que dar unos pasos hacia atrás y empezar a ver el espacio de lejos para no quedar por ahí flotando sin gravedad. Por eso, inspirada en las personas que había conocido apenas unos meses antes, decidí ponerme yo también a trabajar en un rol protagónico en mi futuro y comencé a profesionalizarme en el arte de Mirar el Techo.
Mientras escribo hoy, puedo decir con mucho orgullo que mirar el techo me sale espectacularmente bien: me siento, respiro hondo y miro el techo. A veces encuentro animales, comidas o personas en las manchas y relieves. Otras veces, solamente miro y no pienso. Esa habilidad diría que es resultado del primer año practicando mirar el techo. El año más difícil si me preguntan. Pero todavía nadie me preguntó, que no me extraña.
Hace no mucho tiempo, mientras caminaba por un pueblo de Italia, como no tenía techo me quedé mirando el suelo y encontré una mancha con la forma de Uruguay. ¡Mirá, es Uruguay! Dije sabiendo que para nadie más en ese pueblo era importante más que para mi. No porque fuera Uruguay sino porque mirar al techo o al suelo posiblemente no sea su expertise sino mirar otra cosa. Pero ahí estaba: Uruguay. Lo miré como cuando miro algo que después no recuerdo y luego lo pasé por arriba. Di unos pasos y me volví a observar. Lo había dejado atrás.
Dentro de los grandes hitos de este estudio de mirar el techo, una de las cosas que más orgullo me genera es haber llegado hasta acá sabiendo que no es común tener tanta experiencia en ello. Incluso, quienes reniegan a siquiera intentarlo poco más te dan el pésame cuando te ven hacerlo o cuando piensan que, por estar solo mirando el techo, indudablemente algo debe andar mal contigo. Conozco a estas personas —y también a otras— que no podrían resistir ni el primer intento de quedarse horizontal mirando el techo. Es una lástima porque, en ese intento es cuando aprendes que, en el fondo, no es el hecho de mirar al techo lo que importa sino otra cosa.
Hoy por hoy, puedo hacer una infinidad de cosas mientras miro el techo. Desde sentarme en un restaurante lleno de gente a mirar el techo y estar perfectamente bien con el momento, hasta sentarme en la ducha y mirarlo a través de las gotas que caen y me golpean como si su peso se hubiera triplicado al llegar a mi rodilla.
Lo cierto es que lo más relevante de saber mirar el techo no es encontrar las formas que mi mente dibuja y que en realidad no están ahí. Se trata de estar bien simplemente estando. Porque no necesitar a nadie más para ver el techo me ayuda a recordar que, aunque dé trabajo, vale la pena el esfuerzo de no necesitar más que a uno mismo para estar. Estar bien.
Mirar el techo no se trata de ser creativo, extraño, aislado o en soledad. Se trata de estar y nada más. Ni bien, ni mal. Es estar en presencia de nuestra propia compañía sin que Soledad sienta que se tiene que sentar a un costado mirando sin pestañear hasta que se crucen las miradas y nos succione al otro lado de la ventana. Porque Soledad puede llegar a ser enemiga de mirar el techo y estar, pero no hay de qué preocuparse si, poco a poco, convertimos el “yo” en plural.
Liza Pellerano
on 11 junio 2022Especialmente identificada con este post✨💫
Maria del Carmen Perrier
on 12 junio 2022🤜🏼🤛🏼 cosas que pasan, y luego pasan las cosas… arriba y un besote!
Rosina Otegui
on 21 junio 2022Muy bueno !!! Muchas gracias 👍 … Muchas veces se puede sentir la soledad de la que tu hablás y tener ganas de mirar el techo o el suelo … sin sentirse mal … se puede sentir la soledad rodeada de gente, o se puede estar bien contigo misma estando completamente sola … La música de Andrés acompaña muy bien 🙅♀️
Maria del Carmen Perrier
on 22 junio 2022«Se puede sentir la soledad rodeada de gente, o se puede estar bien contigo misma estando completamente sola». ¡Absolutamente!!! Los elogios musicales serán dados, jjajaja. Un beso enorme!