Ser
Desde que tengo memoria hay alguien intentando cambiar mi forma de ser.
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Viví mi infancia en el entorno más feliz que alguien se pueda imaginar. Fui querida, mimada y protegida hasta reventar. Fui abrazada, amada e incentivada a explotar mis mejores cualidades sin límites.
Como resultado, fui creciendo con un intenso sentido de justicia, que no me fue tan provechoso cuando al fin me di contra un exterior que no concebía que quisiera alcanzarlo todo con tantas ganas. Este choque fue un duro período de idas y venidas, vertiginosas subidas y bajadas, mientras intentaba mediar en el conflicto entre mis ambiciones y lo que esperaban de mi: que fuera una señorita, que bajara la cabeza y no llamara la atención.
Hace años —cuando entendía muchas menos cosas— intenté ajustarme a sus parámetros y escuchar a los que «sabían más». Dediqué una enorme parte de mi tiempo a ser esa chica recatada y pulida que soñaban. En todo este esfuerzo fui a terapia, me leí la borra de café, me hice la carta astral, medité, me interné, y leí hasta el cansancio para comprender cómo ser y cómo hacer. Intenté desesperadamente hacer lo imposible para resolverme. ¿Cuál era mi verdadera misión si no era la que yo sentía? ¿Cuál era el límite real de lo que podía conseguir?
Pensé durante este tiempo que, al entenderme y ser introspectiva, al buscar adentro mío qué era lo que definitivamente tenía que cambiar, iba a poder no solo ser más feliz, sino también dejarlos contentos. Vivir en paz.
Y de alguna forma siento que lo logré. Por un lado, ellos consiguieron creer que admiran mi valentía mientras se siguen esforzando por encontrar una falta en cada espacio en blanco de mi relato. Por otro, reconocí que los límites son solamente los que me pongo a mi misma y transformé su afán por detenerme en nuevas formas de crecer.
A pesar de lo doloroso de ese período, no tengo duda que salí ganando. Maduré a duras penas hasta comprender qué era lo que me hacía mejor —y todo lo que hacía peor—, y puse mis propios límites al negativismo. Les quité el control de mi, y me lo devolví. Finalmente abrí las fronteras obligadas y ahora me dejo creer en lo que está bien y no lo que me impone nadie. Amplié mi espectro de conciencia y razonamiento, y me arrodillé nuevamente ante la justicia en un pacto eterno, lo que me llevó a una sólida conclusión: la equidad existe, solamente no la ejercitan todas las personas.
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Resulta que, cuando una se embarca en el autodescubrimiento, energéticamente se ve atraída a personas que están transitando el mismo camino, y eso fue exactamente lo que me ocurrió a mi.
Gracias a los cambios que indefectiblemente tuve que hacer en este proceso conocí a mujeres maravillosas. Vi ante mis ojos cómo todo evolucionaba a nuestro alrededor, cómo encontrábamos paz en una misión conjunta y cómo nos volvimos una parte fundamental la una de la otra en nuestras vidas. Forjamos amistades que las une más que el tiempo o la rutina, y aprendimos a leer en la mirada lo que cada una necesita. Desde el silencio, hasta el abrazo y la palabra justa. Sin perjuicios. Si no hubiese vivido esto creo que nunca hubiese comprendido dónde radica la dificultad de hablar de justicia con quienes no han recorrido el mismo camino. O al menos así lo veo yo.
El punto en común entre estas mujeres, además de la evolución transitada, es que todas han comenzado este proceso por las mismas razones. Desde que tenemos memoria y desarrollamos los primeros complejos con edad de dígitos únicos, el entorno nos ha obligado a cambiar. Lo que sea, pero a cambiar. Ser más esto y menos aquello, o menos esto y más aquello. Sin importar dónde nacimos y cómo vivimos, se nos ha exhortado a explorar nuestros defectos diariamente y cuestionar nuestras acciones una y otra vez, y es por esa necesidad de ser comprendidas y respetadas que comenzamos nuestro camino de exploración.
Con ellos no ocurre lo mismo. Ellos pueden darse el lujo de no evaluarse. Pueden dormir tranquilos porque el grueso de sus defectos va a pasar desapercibido, y pueden decir las mil y una barbaridades sin eco, las mismas que a nosotros se nos vienen marcando desde la pubertad. Pueden ser arrogantes porque se traduce en entereza, y pueden ser intolerantes porque les enseñaron a creer que son dueños de la verdad. Pueden corregir porque no son maestras y pueden cometer errores porque no se les pide hacerse cargo de ellos luego.
Y lo que ocurre es que pasan los años y despertamos ante la realidad de que estábamos entrenándonos por ellos y por nosotras. Por nosotras para ser mejores, y por ellos para atajarlos cuando en plena adultez aún sigan luchando contra su propia vulnerabilidad. Llegamos a este punto porque autoevaluarse es algo que ellos nunca se propusieron, fundamentalmente porque no vivieron con la presión de un ejercito soplándole en la nuca sus debilidades y defectos. Es en esta brecha donde muchas veces encuentro la razón por la cual lo que es injusto para nosotras les resulta incoherente.
No me avergüenza asumir que evolucionar es algo que lleva toda la vida, y tampoco que he cometido errores. Simplemente me rehúso a la idea de tener que hacerme cargo por dos. Simplemente, dejó de ser mi problema cuando no comprenden. Simplemente, quiero vivir en un mundo donde los intercambios justos sean la regla, no la excepción.
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De más está decir, que ya nadie tiene el poder de cambiar mi forma de ser.
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Coca
on 25 abril 2020Espectacular por donde se lo mire y lea. Love u! Por mas evoluciones que nos sigan llevando a andar juntas!
Maria del Carmen Perrier
on 25 abril 2020Total my friend. De más está decir que en ese camino nos encontramos, pero más que nada, nos unimos más. Esa es la clave de la amistad, y de la vida si se quiere: la unión que genera la evolución personal de cada uno pero acompañado. El que deja de evolucionar y toma otro camino seguramente más conveniente al corto plazo, se pierde.
Selva
on 25 abril 2020Muy bueno! Me siento identificada con cada etapa y cada expresión, a veces tenemos que irnos para encontrarnos.
Maria del Carmen Perrier
on 25 abril 2020Total amiga. Además considero que lo que pasa mucho, y que veo incluso con parejas que llevan décadas juntas, es que como mujeres nos ponemos a trabajar en nosotras desde muy chicas y eso a la larga genera una brecha en preparación emocional enorme. Nosotras nos ponemos a pensar y evaluar todo en algún momento traumático de nuestros veintes (no todas las mujeres, claro está) porque sentimos complejo de todo. En cambio los hombres llegan a los 50 con todo el mundo diciéndoles que son unos cracks perdidos, creyendo que cada cosa que ponen en Twitter es una biblia y juzgando cual juez de corte suprema a todos los que piensan diferente a ellos. En esa separación emocional, queda el feminismo perdido como una «rabieta» y ahí es que nos volvemos esas «incoherentes». En fin, mucho para evaluar y resolver.
Gustavo.
on 27 abril 2020A veces tenemos que irnos para encontrarnos.
Una frase que me gusto.
Maria del Carmen Perrier
on 29 abril 2020Y a veces solo basta con mirar hacia adentro 🙂