Cosas que decir: Señales
Cuando estuvimos confinados en Bogotá casi cuatro meses durante el año 2020, el delivery se volvió cosa seria. Especialmente el delivery de libros.
Una vez por mes, hacíamos un pedido y, algunos días después, llegaban cajas de a 15 o 20 libros que devorábamos y saboreábamos a la par de la comida chatarra que llegaba para contrarrestar las contraindicaciones del encierro.
Cuando llegaba el pedido, nos sentábamos alrededor del paquete a abrirlo como si fuera Navidad. Andrés abría con cuidado la caja, yo sacaba uno a uno cada libro y leía la contratapa para ver qué nueva historia nos deparaba los siguientes días.
La tarea llevaba un rato. Antes de ponerlos en la biblioteca los olíamos, los ojeábamos y los intercambiábamos. Cuando terminábamos, los ordenábamos en la biblioteca por orden alfabético según el apellido de los autores. Lo que fuera para alargar el efecto del rito. Esta se convirtió en una tarea terapéutica que nos salvó de nosotros mismos y del hecho de estar inesperadamente limitados a las paredes de nuestro apartamento que, aunque queríamos mucho, no era suficiente para mantenernos con cuerda.
Hasta que un día llegó una caja particular. Si no recuerdo mal, fue una de las últimas sino la última en caer a los pies de nuestro hogar. A primera vista el contenido no tenía nada distinto a los anteriores, pero algo energético, si se quiere, me hizo cambiar la primera reacción. Ya no se sentía Navidad. Había algo en esa pila de libros que comenzó a inquietarme.
Estaba dispuesta a hacer lo mismo de siempre (sacar cada libro de la caja, quitar el nylon, oler, ojear y depositar en la biblioteca), pero de repente me topé con el libro Mujeres que corren con los lobos, de Clarissa Pinkola Estés, y no pude hacerlo. Ni sacar el nylon. El libro bordeaux y yo nos quedamos intercambiando miradas sin pestanear y, como si hubiese agarrado calor, lo solté para no quemarme. Iba a ser el único libro que habitara nuestra biblioteca sin que sus hojas respiraran el aire colombiano.
Al año nos mudamos a Italia. En el contenedor que traía nuestra vida entera a través del Océano Atlántico, como un llanero solitario, venía el libro de Clarissa Pinkola Estés encerrado en el film transparente. Aislado de todo lo demás. El rebelde de la pila. Listo para salir a la luz cuando fuera el momento. Y así como llegó, quedó en la nueva biblioteca dos años más.
…
La semana pasada nos tomamos nuestras primeras vacaciones de a tres. Exactamente a los dos meses del nacimiento Amalia. Dos meses en los que, como en chiste pero también enserio, no paré de compararme con los animales. La vaca por la lactancia, la leona cuando me llegaban recomendaciones no solicitadas de cómo tenía que tratar a mi hija, la loba que saca todo de adentro mío para conseguir sobrevivir.
Así que, al empacar, pensé en todas las versiones animales de mí que tenían que entrar en esa valija. Y con ellas, algún libro. Retomar la lectura era una misión de esas vacaciones para los dos, y no dudamos en hacerlo una conversación de dos o tres días porque la elección tenía que ser memorable. Perfecta. No había margen de error. Este era un momento importante porque, en nuestra burbuja, después de todo lo vivido en Colombia, leer no es solo un hábito. Leer es encontrarse.
Mi mente me llevó directo a aquel libro que, desde hace dos años, mantiene su pureza entre los demás ejemplares que llevan rato recogiendo el polvo romano. Mujeres, lobos y un mundo salvaje estaban quietos esperando a que, cuando finalmente lo abriera, entendiera todas sus señales.
—Llevo este —. Le dije a Andrés mientras levantaba esta pequeña biblia femenina de casi mil páginas.
—Me parece.
Dos días después de llegar a Monte Argentario, la rutina estuvo más o menos ordenada como para sacar el libro. Seguía con el nylon. Era la primera vez que dejaba un libro envuelto en mi vida. No pude evitar pensar cómo no me había comido la ansiedad. ¿Qué quería decir eso? Algo, seguro.
Lo llevé al sillón donde le iba a dar de comer a Amalia y, mientras la sostenía con un brazo, saqué al fin el envoltorio para recorrer las páginas con el pulgar derecho por primera vez. Las hojas me hicieron de suave abanico como dándome la bienvenida a un lugar cálido y desconocido. Empecé a leer…
“Creo que todas las mujeres y todos los hombres han nacido con ciertos dones. Sin embargo, poco esfuerzo se ha dedicado en realidad a describir las vidas y los hábitos psicológicos de las mujeres inteligentes, talentosas y creativas. En cambio, se ha escrito mucho acerca de las debilidades y las flaquezas de los seres humanos en general y de las mujeres en particular. Pero, en el caso de la Mujer Salvaje como arquetipo, a fin de comprenderla, captarla y aprovechar lo que ella nos ofrece, debemos interesarnos más por los pensamientos, los sentimientos y los esfuerzos que fortalecen a las mujeres y debemos tener en cuenta los factores interiores y culturales que las debilitan.”
Empecé a dibujar sonrisas. Sí a todo esto. Arquetipos, cuentos, mujer salvaje. Mi rostro se iluminó. Levanté la mirada y vi las patitas de Amalia bailar sobre mi cadera, a Andrés en el balcón ensimismado en su propio libro, y de fondo el mar. Saboreé el momento, sentí la señal, y seguí leyendo.
“El arte de las preguntas, el arte de los cuentos, el arte manual, son todos producto de algo y este algo es el alma. Cada vez que alimentamos el alma, garantizamos su desarrollo.
Espero que se percaten de que ésos son medios tangibles para suavizar antiguas cicatrices, sanar viejas heridas y enfocar de otro modo las cosas y de que, al recuperar los oficios añejos, se consigue, de una manera práctica, hacer visible el alma.”
Y había más.
“Los cuentos son una medicina. Me sentí fascinada por ellos desde que escuché el primero. Tienen un poder extraordinario; no exigen que hagamos, seamos o pongamos en práctica algo: basta con que escuchemos. Los cuentos contienen los remedios para reparar o recuperar cualquier pulsión perdida. Los cuentos engendran emociones, tristeza, preguntas, anhelos y comprensiones que hacen aflorar espontáneamente a la superficie el arquetipo, en este caso, la Mujer Salvaje.”
Llevaba dos meses corriendo con los lobos, más salvaje que nunca. Te abrí, querido libro, justo a tiempo. Adentro tuyo estaba mi propósito puesto en letras. Al fin te pude abrir cuando estamos los dos vibrando al compás de la señal. Justo a tiempo cuando la mujer salvaje, instintiva y devoradora del dolor está más viva que nunca en mi.
Me agarraste corriendo. Corriendo incansablemente hacia la mujer que ahora soy. Mi cría en brazos, el nuevo mundo salvaje en el que vivo pasando a toda velocidad a mi alrededor desafiando el tiempo. Por supuesto que este era el momento.
Señales todas, porque sos un libro que tiene algo que dejarme. Y enseñarme. ¡Tú sabés que leer es encontrarse! Con palabras que hoy son otra cosa que no eran el día que llegaron en una caja, embaladas, resguardadas de una realidad que no estaba lista para lo que tenía que llegar al alma. Y viajar, con historias de la mujer salvaje, la loba, la que junta los huesos y los retiene hasta extraerles todo el significado. Llegaste para que comprendiera de verdad lo salvaje y el por qué de todos esos animales.
Y el final.
“El arquetipo que se recrea a partir de algo que ha muerto tiene siempre una doble faceta. La Madre de la Creación es siempre también la Madre de la Muerte y viceversa. Debido a esta naturaleza dual o doble tarea, el importante trabajo que tenemos por delante es el de aprender a distinguir, entre todo lo que nos rodea y lo que llevamos dentro, qué tiene que vivir y qué tiene que morir. Nuestra misión es captar el momento más oportuno para ambas cosas, para dejar que muera lo que tiene que morir y que viva lo que tiene que vivir.”
Aquí la señal todo poderosa: Dejar que muera lo que tiene que morir y que viva lo que tiene que vivir.
…
Amalia terminó de comer. Andrés me preguntó qué quería hacer. El mar estaba calmo y las olas golpeaban en mis oídos como un llamado.
—Quedémonos así —. Le respondí. —Así estamos bien.
Selva Rodriguez
on 6 julio 2023Hace tiempo que lo quiero leer, voy a comprarlo. La manera en que describiste los sucesos me hizo sentir que estaba ahí, que loco. Me alegra saber que estás bien así… te quiero!
Manu
on 7 julio 2023Los libros se nos arriman cuando saben que estamos listos para ellos.
Qué lindo encuentro con Clara y contigo como mujer salvaje.
Maria del Carmen Perrier
on 8 julio 2023¡Absolutamente! Si me dijeran que tienen patitas, les creo, jejeje. Arriba Manulinda!!! Beso enorme.
Beatriz Fuentes
on 7 julio 2023Me ha picado la curiosidad por leerlo. Gracias por la descripción maravillosa que hacés del libro y cómo al fin lo abriste para disfrutarlo y encontrar en su lectura «la señal”. A veces es difícil y tenemos que encontrarlo después de sentir un gran dolor…🌹
Maria del Carmen Perrier
on 8 julio 2023Así es, Bea. ¡Espero que te guste! Hay mucha información poderosa en ese libro. ¡Un beso!
Carolina
on 7 julio 2023Después de leer esta inspiradora columna me vinieron muchasimas ganas de leer un libro y encontrarme conmigo 🙂
Maria del Carmen Perrier
on 8 julio 2023Te lo prometo, leer es mucho más que pasar el rato. Es centrarse en uno, un instante, y solamente ganar. ¡Arriab Cari!