Cosas que decir: Secretos
De chica los secretos no se me daban muy bien. Me daba ansiedad tener un regalo guardado para alguien para su cumpleaños así que se lo contaba antes de que llegara la fecha. También era peligroso decirme que se estaba organizando un festejo sorpresa o algo similar. Simplemente no lo lograba mantener en secreto.
Hasta que un día, en mi época adolescente, no recuerdo bien por qué pero seguramente por alguna embarrada relacionada con lo de arriba, alguien me dijo una frase que nunca olvidé: María del Carmen, hay secretos que se llevan a la tumba. Y punto.
Desde entonces comencé a categorizar los secretos en “tumba” o “no tumba”. También repetí esa frase centenares de veces. De hecho, le agarré tanto miedo a los secretos que, apenas alguien venía a contarme algo que evidentemente estaba destinado a nunca ver la luz del día, lo detenía y decía: Si me vas a contar algo que debería irse contigo a la tumba, no quiero ni saberlo. No se lo cuentes a nadie, ni siquiera a mí.
Cada vez que dije en voz alta esas palabras me convencí de que estaba haciendo algo bien. Protegiendo a alguien. También, muy posiblemente, protegiéndome a mí. Sin embargo, hace unos días, pareciera que se abrieron las tumbas y dejaron salir todos sus secretos, porque se fueron revelando ante mí lo que considero que pueden ser las verdades mejor guardadas de la historia.
Posmorfosis
La semana antes de saber que iba a nacer Amalia el 14 de abril, tuve una reunión con una cliente de Colombia. Ella (que más que cliente es una gran colega con quien tuve la suerte de crear un vínculo femenino del bien), acaparó los últimos veinte minutos de nuestra última reunión para decirme algo así: María, nadie te lo va a decir, pero se viene el momento más difícil de tu vida. Por algún motivo, las mujeres no hablamos de lo que nos sucede después de dar a luz. Es el secreto mejor guardado de la historia. Hasta ahora. Yo lo pasé muy mal en el posparto y siento el deber de decírtelo. Esto que se viene, es muy, muy, difícil. Paciencia y sobre todo, amor a tí misma.
Corté la llamada. Sabía y no sabía a qué se refería. Soy bastante realista en general y no esperaba que nada de esto fuera fácil. De hecho, cuando me empezaron a decir que se venía el “mejor viaje de mi vida” lo dudé muchísimo. Mi concepción de un viaje es la espontaneidad, la libertad, el experimentar y conocerlo todo sobre la base del disfrute máximo.
Por eso, si bien no me pegué a ninguna biblia ni teoría sobre la maternidad, para mi estaba claro que los siguientes meses iban a caer bastante lejos de la casilla disfrute absoluto y total. No tardé mucho en comprobar que estaba muy acertada. Esto no es ningún viaje y, tal como fue mi experiencia un rato después de la cesárea, no estaba ni cerca del mejor momento de mi vida.
Espejito, espejito
No tengo ningún recuerdo que me indique cómo llegué de la sala de parto a la habitación. Solo me acuerdo de la luz cálida del sol entrando por la ventana que daba a la terraza de la clínica siendo momentáneamente interrumpida por la silueta de mi madre que me dio un beso en la frente como un habilitador para largarme de nuevo a llorar. Me dolía todo y estaba traumatizada.
Desde entonces no me faltaron lágrimas ni un solo día. La pregunta no es si lloré o no lloré, sino dónde y cuánto tiempo. A veces son llantos desconsolados. Otras veces son tan suaves que terminan en una risa. “Ay, las hormonas”, dirán. Pues no, yo no se lo atribuyo (solo) a las hormonas. Eso me suena a una narrativa elaborada para no dejarnos justificar que lo que nos está ocurriendo es mucho. Un montón. De a ratos, demasiado.
Así que los días posteriores al parto fueron un altibajo-bajo. Al comienzo me dejé llevar por una corriente de colores. Me vi deslizándome sobre un arcoíris con brillantinas como esos que dibujan los niños en sus tiempos libres de expresión creativa. Participé en llamadas para presentar a Amalia, descansé y hasta jugué a juegos de caja durante la tarde.
Ahora me doy cuenta de que estaba completamente delirante porque enseguida después de ese momentáneo “alti”, se fue todo abajo-bajo. Pedí comida y no me la dieron. Quise ir al baño y no pude pararme. De la confusión perdí la voz. Alguna que otra vez vi a mi beba descansar y pestañeé para asegurarme de que la realidad no era un sueño.
Me saqué algunas fotos y cuando las volví a ver no era yo la que estaba ahí. Me dieron un espejo para peinarme y cuestioné durante algunos segundos quién era esa mujer en el reflejo. No la reconocía. No era yo. No sabía absolutamente nada de esa persona ni cómo había terminado ahí. El espejo sin respuestas me hundió por completo y no salí del hueco hasta que llegué a mi casa tres días después.
Hay secretos que se tienen que decir
El camino que recorrí a continuación se sintió como subir el Everest con miguitas haciendo de mapas. De a poco, y como a escondidas, madres recientes y no tan recientes se acercaron a mí susurrando secretos que habían mantenido cuidadosamente guardados como si su vida dependiera de ello.
Me hablaron de sufrir por la intensa presión del momento. Me hablaron de otras mujeres, otras madres e incluso de sus propias madres (presas todavía del silencio obligado impuesto a su generación), que las hacían sentir ingratas y débiles. Me hablaron de las heridas que cargaban a causa de acusaciones de inmadurez y flojedad por el solo hecho de manifestar dolor en lo que había sido, objetivamente, el momento más difícil de sus vidas.
Hablaron de la soledad.
Hablaron de responsabilidad no compartida.
Hablaron incluso de arrepentimiento, sí.
Hablaron de todo con brutal honestidad.
Y yo, mientras recorría mi propio camino de incertidumbre y vacío existencial, fui reviviendo a punta de sus secretos, porque todos, absolutamente todos, terminaban con un mensaje de aliento.
Esto no es para siempre.
Sos la mejor mamá que existe para tu bebé.
Es justo que te sientas así, es el momento más difícil de tu vida.
No estás sola.
¡Resiliencia!
Tú podés.
A todas ellas que abrieron desinteresadamente la tapa que contenía sus secretos bajo presión para ayudarme a avanzar les debo estar escribiendo esto. Les debo, mejor dicho, poder estar. Sin ellas, no sé cómo hubiese llegado como llegué a una etapa donde puedo decir que a la adversidad la supera la felicidad.
A pesar de ser un final que parece reconfortante (un final que incluso incluye la empatía de muchos hombres quienes, gracias a que conviven en relaciones de pareja evolucionadas, logran empatizar con todos estos desgarros físicos y emocionales), con la claridad que me regaló el universo en este día no puedo dejar de preguntarme por qué estos relatos que fueron tan críticos en mi recuperación tuvieron que revelarse así.
¿Por qué ahora? ¿Dónde estaban antes? No es cierto que sino las mujeres no tendrían hijos. ¿Cómo nos vamos a comer ese cuento? Lo único cierto es que podríamos tomar la decisión de tenerlos o no tenerlos más preparadas. Definitivamente mucho más comprendidas y acompañadas.
Porque la felicidad no llega enseguida en todos los casos, no. Muchas veces, lo que llega antes que la felicidad con tu bebé, es la desolación. Y no es justo sentirse así cuando acabas de dejar tu cuerpo, tu mente y tu alma en una entrega absoluta para la supervivencia de otro ser humano. No nos merecemos eso.
Recientemente reviví la charla con aquella colega Colombiana, una de las pocas que me lo cantó antes, y repasé todas las señales. Estaban todas ahí. Los mensajes a medias, los miedos, los gritos silenciosos anunciándome lo que estaba por venir. Por mi parte, prometo que esa situación de desconcierto no se va a dar más. Nunca más. Porque es hora de hacer nuestras voces oír y nuestras letras leer. Como si nuestra dignidad y existencia dependiera de eso. Porque depende de eso.
Gime
on 8 junio 2023👏🏻👏🏻👏🏻 me encantó, no más secretos
Maria del Carmen Perrier
on 10 junio 2023No, por favor. Qué injusticia. Te quiero Giiiiiiiiiii
Beatriz Fuentes
on 9 junio 2023Querida María:
Nunca he escrito en tu blog, pero es que después de leer tu última publicación me dije a mi misma, no podés no decir nada!
Es que ha sido demasiado todo lo que contás y qué bien escrito! Me llegó al alma y hasta lloré. Si, mi querida, decís cómo te sentiste y el significado monumental del por qué con una claridad y valentía descomunal! Leyéndote retrocedí a 1984 cuando nació mi hija y luego a 1987 cuando nació mi hijo. Me sentí tan identificada…
Te mando un beso enorme y un gran abrazo, esperando poder dártelo algún día en persona.
Maria del Carmen Perrier
on 10 junio 2023Ay, Beatriz, ¡qué mensaje! Lo agradezco mucho y estoy feliz que hayamos conectado en experiencias que aunque pase el tiempo no cambian. Ese abrazo pasará o pasará. Te mando un beso grande a la distancia mientras tanto y no dejes de comentar que a mí (y seguro a muchos más) le hace tremendamente bien.
Sofia
on 11 junio 2023Querida María:
Tus palabras son tan necesarias de leer. Es tan importante leer y escuchar una y otra vez estas experiencias. A mi me paso todo eso que vos contás. Luego de parir me sentia tremendamente dolorida, cansada, la realidad me agotaba.
Celebro tu blog, celebro que hablar de estos temas empiece a ser cotidiano y que el concepto de felicidad se resignifique.
Un fuerte abrazo!
Maria del Carmen Perrier
on 12 junio 2023¡Hola Sofi! Antes que nada, gracias por tu mensaje que seguro no me hace bien solamente a mí. Me quedo con que «el concepto de felicidad se resignifique», porque es exactamente lo que tiene que pasar. Ser feliz es muchas cosas, pero con el tiempo, nos hicieron creer que era una lista inalcanzable y acotada y eso nos hizo mucho mal. ¡Te celebro a tí también! Y de nuevo gracias por conectarte conmigo. No lo doy por sentado. ¡Beso grande!!!
Carmen
on 13 junio 2023…Todavía le pregunto a mi mamá, cómo es que nunca me dijo nada; y ojo, no la juzgo. Sólo pienso, cómo se llegó a naturalizar TANTO este silencio, el sufrimiento, el dolor. Lo que me indigna de eso es que pareciera un «Ay ya, no es para tanto» ¿Por qué? Cómo no está en carteles en las salas de parto, en la puerta del Gine… en el TO DO list de llevar a la clínica. Mi esposo me decía: «Pero, es que no te reconozco»… Así es mijo, ¡Tampoco yo!
Maria del Carmen Perrier
on 13 junio 2023Wow, Carmen. Las historias y los sentimientos guardados no dejan de sorprenderme. Me pregunto también a veces, quién gana de este silencio. Las mujeres seguro que no. Todas, desde las que quieren tener hijos, hasta las que no y las que quieren y lo están intentando. Está en nosotros destapar todo lo que queda en esos frascos contenidos a presión y darnos la oportunidad de vivir esto con todo lo que es. ¡Gracias por tu comentario! Cada vez somos más, y más juntas. Un beso gigante!!!!