Pizza, grazie
Parte II: Deambulando en Roma
Llegué viva, no sé cómo lo logré. Después de mi segunda noche durmiendo en un avión me bajé absolutamente extenuada, con un jetlag galopante y un mareo que me duró todo el día. Vi la cama del hotel y colapsé. Esto no era así antes, gente. Estoy descubriendo, para mi desgraciada sorpresa, que la capacidad de aguante se reduce de manera directamente proporcional a los números en aumento que indican mi edad. Aún así, ¡con buena actitud! Ahí vamos.
Como los dos conocemos Roma, el plan fue deambular por aquí y por allá. Algo de cada barrio, algo que no está en los mapas, y alguna otra cosa que sí lo está. Fundamental encontrar esa mesa en un lugar soñado para ver la gente pasar y comer los primeros pedazos de pizza y focaccia (pueden ver lugares deliciosos para comer en Roma en este sitio amigo JustBookTheTicket que tiene una lista espectacular).
No me odien, pero les voy a decir algo que los puede decepcionar: no soy fan del helado. Necesito dejar esto claro antes de que busquen la foto del helado perfectamente armado con colores brillantes y derritiéndose por mis dedos en primer plano. Algo pasó en mi vida que me alejó de mi ex gusto adorado, frutilla con dulce de leche, y no tengo respuestas para esto. Me disculpo desde ya, confieso que a mi también me tomó por sorpresa.
Paso a paso
Ayer me hice la viva y me forcé mucho. Cuando uno está cansado hay que escuchar al cuerpo y no lo hice, por eso, después de 30 horas de viaje y 9 horas de caminar sin parar, en la noche me rendí brutalmente en la cama. Hoy caminé de nuevo toda la mañana al rayo del sol y sobre el medio día el cuerpo me pasó factura. Un mareo terrible me tuvo en la cama unas horas, las piernas no me respondían y obviamente pasé horas sin ganas de comer. Aunque con pena, sacrifiqué algunas horas para hacer las paces con el jetlag y recién entrada la tarde logré sentirme mejor como para volver a salir.
Fue una muy sabia decisión. Debo decir, ¡descansada me pareció una ciudad todavía más linda! Hasta me animé a usar alguna que otra cosa que me acuerdo de mis 6 años de estudios de italiano (no sin hacer el ridículo, claro).
Tranquila pude notar otras cosas, como por ejemplo, que el servicio de los restaurantes o tiendas no es para nada fenomenal. Sin embargo, la gente me gusta y me cae bien. A diferencia de otras ciudades donde me puedo llegar a sentir constantemente observada y hasta juzgada, en cada lugar que entramos sentí mucha amabilidad. Me gustó el ambiente «cada quien con lo suyo». El italiano parece amoldarse a lo que la ciudad es, muchas veces caótica y llena de gente, y simplemente, decidió mantenerse en la suya. Bien por ellos.
Viajar es sentir
Roma no es como me la acordaba, la siento más romántica y más llamativa. Caminar sin estrés, sin prisa y sin rumbo creo que también tiene todo que ver en esta nueva sensación. Voy a un paso tan lento que ni siquiera mi cuerpo está acostumbrado. Cuando veo un banco que me tienta me siento, no voy con ningún tipo de compromiso ni en busca de complacer a nadie con nada, solo a mi.
Estuve pensando algo y es que en los viajes «modernos» al último que se intenta complacer es a uno mismo, ¿puede ser? Si no se está buscando un regalo se está buscando la foto de Instagram, y todo así. Pero no debería, hay que mimarse. Agradecer, y después mimarse.
*Si sos fotógrafo o te apasiona la fotografía y querés vivir una súper experiencia fotográfica en Roma, chequeá este link para sacar fotos en Aventine que es genial.
Encontrar la paz en ver la gente pasar, frenar todos los minutos que sean necesarios para ver el agua correr por la fuente, cruzar miradas con alguien que está disfrutando el mismo lugar que uno. Conectar. Pensar desde dónde venimos y lo que nos costó llegar. Mirar a la compañía y decirle gracias porque el tiempo es preciado, y decidió pasarlo contigo. Pensar que cualquier riesgo que pudo existir para estar vivo en ese momento, muy seguramente, valió la pena.
Tampoco olvidar, jamás, que en la vida no todo es color de rosa. Pero que hoy, es un buen día para verlo así.
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