Cosas que decir: Neptuno
Los juegos de computadora nunca lograron encantarme, siempre preferí leer. Sin embargo, cuando era niña, había un juego que disfrutaba mucho que se llamaba “El autobús mágico” (The magic bus). En el autobús explorabas el espacio y aprendías del sistema solar con diferentes actividades que te llevaban de un nivel a otro. No era particularmente buena, pero me hacía ilusión ver los anillos de Saturno, la grandeza de Júpiter y el azul profundo de Neptuno.
Gracias a El autobús mágico existió un día en el que quise ser astrónoma. Incluso tengo el recuerdo de habérselo dicho a alguna profesora. Pero por su mirada incrédula y con el pasar de las primeras lecciones de astronomía no tardé en darme cuenta de que la cosa no iba solamente de ver las estrellas y aprender sobre planetas. Cuando entendí que ser astrónoma incluía una cantidad infinita de números, sumado a las adversidades técnicas de la ciencia, desistí (a mí, dos más dos me da “novelas”, a quién estamos engañando). Así que ahora me conformo con escribir de noche, recargar a mis piedras de energía en luna llena y pensar que alguna estrella lleva a niños por el universo mientras aprenden del sistema solar. Eso me reconforta y es suficiente.
Aunque se haya frustrado esa iniciativa de acercamiento con el universo, siempre me fascinaron el espacio y los planetas. Me alucinan. Por ejemplo, el otro día me quedé horas mirando la última imagen de Neptuno que publicó la Nasa en Instagram. A mi entender, la Nasa está en el top 3 de las mejores cuentas de redes sociales de todos los tiempos. Quizá sea El autobús mágico de una nueva generación y, si no lo es, a mi entender se lo están perdiendo.
De Neptuno todavía no se sabe demasiado más que es el último planeta del sistema solar, y que es helado y gigante. Sin embargo, esta imagen me llevó a pensar en cómo sería si Neptuno fuera un planeta cuya composición fuera todo mar. O mejor aún, ¿qué sería de nosotros si en Neptuno estuviera, realmente, viviendo Neptuno el Dios romano sobre sus caballos blancos esquivando vientos agresivos sin tropiezos y reinando sobre todas las criaturas marinas del sistema solar a millones de kilómetros?
Cuanto más dejaba fluir estas historias extravagantes en mi cabeza y me detenía en el raz de color zafiro neón y en el azul prusia del inferior, más me alejaba de las ilusiones sobre la vida de Neptuno en Neptuno y más me acercaba a la idea de lo liberador que se sentiría poder nadar y flotar para siempre en un planeta. Por eso, el otro día, cuando mi psicóloga me dijo que nadara y buscara la plenitud al estar flotando mientras repetía una serie de mantras, me lo tomé a pecho. Le contesté como si fuese la frase más ingeniosa que se me ocurría hace mucho tiempo: “Entonces, Clau, ¿me pongo a baño María?”. Se rio y me contestó que sí, exactamente.
Neptuno, en astrología, simboliza el “escape” y el “dejar ir a la marea”. Con escape me puedo relacionar, pero con dejar ir a la marea, la verdad es que no. Desde que tengo memoria soy un pegamento caminante que se aferra a todas las experiencias que le tocan. Soy una persona que nadó en lo profundo. Mis felicidades son eternas, pero mis dolores también, y esa no es forma recomendable de vivir.
Hace algún tiempo, sin embargo, le confesé a Caro —mi amiga queridísima— en un mensaje de audio de puesta a punto: Carito, te extraño. Quería contarte que estoy bien. Siento que es la primera vez en mi vida que no estoy remando contra corriente. Mejor dicho, no estoy remando para nada. Podría decirse que dejé descansar los remos. Viví todos estos años de mi vida convencida de que «dejar de remar» era abrirle la puerta a la resignación, y con esa palabra no puedo. No soy yo. Pero pasó el tiempo y, con ayuda, me di cuenta de que aceptación no es resignación, y con esa palabra sí puedo. Esa palabra sí la quiero. Por eso, me estoy dejando llevar. Decidí darle la bienvenida a lo que sea que llegue con la confianza de que es para mí y que sea lo que sea voy a poder con ello. Decidí no usar mi energía en remar hacia un camino, sino que voy a ver qué camino me toca para después usar mi energía —la que sé que tengo y de sobra— para hacer lo mejor que pueda una vez que llegue ahí. Ahora te tengo que dejar, que me están llamando. Parece que es hora de ir a flotar en Neptuno.
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