Mompox: un fin de semana a orillas del Río Magdalena
De todos los pueblos coloniales de Colombia, Mompox es quizás uno de los más desconocidos. Llegar a este pequeño pueblo a orillas del río Magdalena es una verdadera hazaña y a la vez una espectacular experiencia que me hizo sentir que estaba verdaderamente navegando en las aguas que vieron nacer al realismo mágico.
Mompox es uno de esos pueblos coloniales de Colombia que va rumbo a convertirse en uno de los lugares preferidos de turistas internacionales y locales por igual. Sin embargo, a la fecha, llegar a Mompox desde Bogotá es una absoluta travesía que, a pesar de ser un poco extenuante, suma a la experiencia. En primer lugar hay que tomar un avión de Bogotá a Sincelejo (solamente una aerolínea hace este viaje por lo que si no se saca con tiempo, puede ser costoso); desde allí una hora en taxi hasta Magangué; en Magangué se compra un ticket para cruzar el río en «chalupa» —pequeña lancha a motor —y finalmente se coge otro taxi hasta Mompox. Todo esto puede llegar a tomar cuatro horas (o más dependiendo del tráfico) pero las vistas y la vegetación que se va densificando en cada tramo lo hacen más corto y disfrutable.
Al llegar al Mompox nos encontramos con un clima mucho más caluroso de lo que me imaginaba —el segundo día hicieron 40 grados a la sombra—. Por ende, es importantísimo tener un hotel con piscina donde refrescarse, o las horas del medio dia pueden ser tenebrosas. Nosotros nos quedamos en el Hostal Doña Manuela, que es Patrimonio Histórico y Cultural de la Humanidad desde 1995. Las habitaciones son amplias y frescas, y los servicios del hotel son buenísimos y cumplen todos los requisitos que se pueden necesitar en un fin de semana. Además, dentro del hotel se encuentra el famoso árbol de Mompox que se asemeja a aquellos de Angkor Wat en Camboya. Turistas que visitan el hotel hacen fila para sacarse fotos con esta maravilla de la naturaleza que impresiona de cada ángulo.
Pasear por Mompox de a ratos me hizo sentir que estaba paseando por una Cartagena menos poblada y más tranquila principalmente debido a los edificios coloniales de colores, las rejas, las enredaderas y plantas que cuelgan de los balcones. Igualmente, Mompox tiene un sabor propio gracias al río que corre a su lado y hacia el cual está orientado este pequeño pueblo que no ocupa más que 40 cuadras. Es evidente como los turistas están obligando a Mompox a proveer mejores serivcios. Casi todas las casas que parecían abandonadas están en construcción, en su mayoría con destino a convertirse un hotel o un restaurante. Los bares y cafés más antiguos también cumplen su rol y se nota cómo están haciendo esfuerzos para reacondicionar los espacios para recibir gente hasta altas horas de la noche.
En Mompox la huella de los españoles también quedó grabada en la cantidad de iglesias que se pueden encontrar, 7 para ser exactos. Absolutamente todas están mantenidas perfectamente por los habitantes permanentes del pueblo, que los domingos cierran sus comercios una hora y se juntan a celebrar misa en cualquiera de las opciones.
Después de recorrer el pueblo el viernes, decidimos tomar el sábado para conocer un poco más los alrededores de Mompox. Colombia es el segundo país más biodiverso del mundo y el país con más especies de aves en el mundo, por lo que un paseo en lancha por la zona prometía una experiencia con todo tipo de sorpresas. Esperando que bajara un poco la temperatura, partimos en la tarde en una lancha típica hacia una ciénaga por el río Magdalena que puede reservarse en hoteles o en la oficina de turismo de Mompox. En el camino no solo te cruzas con todo tipo de aves, sino también con pequeñas canoas con pescadores tirando sus redes y niños jugando en el río y corriendo con el campo. Todo esto hizo que el paseo entero fuera no menos que una escena de película.
En Colombia las obras pueden durar años, y años, y más años. Ese es el caso de un puente que conecta Mompox con Cartagena. Teóricamente le falta poco para innaugurarse, y en tal caso es posible que Mompox se llene de turistas y las pocas casas que quedan por restaurar se conviertan en lindísimos lugares para disfrutar cada vez más las riquezas del pueblo, pero eso a veces viene al costo de perder cierta dimensión del encanto que sin duda tiene Mompox ahora. La verdad es que no hay muchas opciones para ir a comer o una variedad enorme de platos que probar, pero eso no es lo que hace a Mompox un pueblo encantador. Es el poder que tienen esas calles con arquitectura colonial detenida en el tiempo, un poco de música colombiana en el fondo y el ruido del río que acompaña por detrás. Se trata de entender la dimensión histórica de un lugar por donde caminó y vivió Simón Bolivar, y que también enamoró a Gabriel Garcia Márquez. Como muchos otros lugares que tuve la fortuna de ver en este inmenso y diverso país, Mompox no me decepcionó. Todo lo contrario, me inspiró.
Estrella53
on 8 agosto 2018Muy pero muy bueno!!!