Cosas que decir: Metamorfosis
Acabo de salir de una sesión con Clau, mi terapeuta. De todas las palabras que usamos durante nuestra hora de encuentro semanal, la que me quedó rebotando en el tímpano como alarma para tomar un vuelo de 4 a.m. fue: metamorfosis.
Estábamos conversando sobre la inminente llegada de la bebé al mundo y todo lo que significa para mi entorno. Analizamos cómo sus reacciones reflejan dentro de mí y, de a ratos, me encandilan. Durante todos los minutos juntas estuve sincerándome en que siento que son muy pocos los que comparten mi frecuencia, y son aun menos los que la entienden. En parte, porque se trata de una frecuencia un tanto atípica a mi personalidad. En parte, porque al situarse alrededor de la creación de un ser completamente nuevo y único, es una frecuencia desconocida incluso para el universo. Así fue como llegué a la conclusión de que estoy, sin lugar a duda, en plena metamorfosis.
En el transcurso de mi vida hubo varias instancias que me transformaron por completo. Me acuerdo, por ejemplo, de mi último día en Buenos Aires. Después de armar las valijas y salir a comer, entré al apartamento a recoger mis cosas y dirigirme al puerto para embarcar a Montevideo. Le pedí a mi madre que me estaba acompañando que me diera un tiempo para dar una vuelta final por el espacio que había sido mi casa durante 4 años. Cuando llegué al cuarto, no pude evitar tirarme una última vez sobre la colcha beige con bordes verdes y hacerme un bicho bolita antes de dejar una pequeña marca de agua donde se habían apoyado mis ojos. Al ver que demoraba en aquel cuarto de alma en despedida, se acercó a la puerta, me vio en esa posición y me sacó una foto. Cuando me recompuse, nos fuimos al puerto y, desde el medio del Río de la Plata, miré hacia la orilla argentina para cruzar miradas con aquella adolescente que quedó congelada en una imagen que después se perdió en el ciberespacio.
Como considero a las mudanzas particularmente duras, no puedo pasar por alto la de Bogotá. Los días antes de irnos estaba tan distraída con el trabajo que no me dio para calcular la dimensión del impacto interior de ese momento. Había más de 5 personas embalando nuestra vida, todas con máscaras pero revitalizadas con la actividad fruto de meses de atravesar políticas extremas de encierro. También estaba Estrella, una de las encargadas del edificio, recogiendo nuestras plantas para ubicarlas en el jardín de la entrada. En el momento que la vi llevarse la palmera areca dejé lo que estaba haciendo y la acompañé abajo. Cada escalón de la escalera me agregaba un kilo más al pecho. Cuando finalmente le hizo el hueco y la metió en la tierra de donde nunca más iba a salir, caí en cuenta de lo que estaba sucediendo y por escasos segundos mi entereza se vino abajo. Me había costado unos lindos 365 días hacerme un lugar feliz en Colombia, y dejar ir a mi palmera era aceptar que, bajo tierra con ella, se quedaba una versión de mi que nunca iba a conocer Italia.
Hoy, aun recordando vívidamente esos momentos revolucionarios, no puedo ni compararlos con lo que estoy atravesando. Si bien estas instancias tienen en común el duelo profundo que va por dentro, a efectos de los demás, lamentablemente, el cambio de aquellos momentos que quedaron en la historia nunca fueron tan claros. No fueron tan visibles. Lo que sucede en esta recta final, en cambio, es una metamorfosis que transita vertiginosamente por dentro, y hace todo tipo de artimañas también por fuera.
El otro día me vieron la panza en forma de sandía con cierta impresión y me preguntaron: ¿Qué sentís?. Respondí sin titubear: ¿Cuánto tiempo tenés?. Sabía que si tuviera que responder con absoluta honestidad a esa pregunta me llevaría un buen rato porque me pasa que lo siento todo, todo el tiempo, en cada parte de mi cuerpo. Cada microsegundo debería dar una actualización del estado emocional y físico porque lo que estaba pasando antes ya no pasa más y ahora tengo que describir algo completamente nuevo. Como consideré que hubiese provocado un intercambio por demás intenso —aunque definitivamente emocionante— responderle con el monólogo que rápidamente preparaba en mi cabeza, me limité a no aburrirlo y simplemente contesté: Estoy bien.
A continuación, con más tiempo y espacio y dentro de mi refugio sagrado, voy a dar lugar a lo que parece ser una potencial oportunidad de aprendizaje para el que encuentra lo que quiero decir bastante desconocido, y lo voy a intentar.
Siento una molestia en la oreja, ahora en la mandíbula y mientras tipeo, me duelen mucho las articulaciones de los dedos. Mis soquetes se resbalan en el talón porque la hinchazón de los dedos pie tira para el otro lado, y la calza maternal está a punto de romperse en el muslo. Me duele la espalda y me pesa la panza. Se me secaron los ojos, y ahora me vino un sueño terrible. Tengo hambre así me haya comido un yogur con granola hace 3 minutos y, cuando caigo en que quedan 20 días para la fecha estimada de parto, me viene un poco de taquicardia. No siento el índice izquierdo. El dedo gordo de la mano derecha perdió sensibilidad hace 4 meses. Tengo sed y me pica la panza. Llegó una ola de calor, estoy sudando y no hice nada diferente a lo que vengo haciendo hace media hora. Ahora la bebé me patea. Me emociono y lloro. Veo mi panza con una cicatriz que llevo desde que tengo un mes de vida, que empezó en 3 centímetros y ahora tiene 10. Me seco la lágrima e intento concentrarme de nuevo en lo que estaba haciendo. Me siguen doliendo los dedos. Voy a hacer una pausa activa porque me está matando la espalda. Pero antes, voy a pensar dos segundos cómo pararme sin que sufran las rodillas…
Estoy en metamorfosis.
Pasé los últimos nueve meses alojada en una frecuencia completamente distinta a la que habité durante 34 años. No tuve más opción que empujar hacia un balance imposible en medio de una vibración desconocida.
Estoy mutando.
Nunca más voy a ser quien soy hoy.
Me ilumino pensando en que todo va a estar bien, en que voy a estar mejor. Me abrazo. Protejo mi espacio. Soy un león que me tiene entre brazos.
Respiro.
Acaricio mi panza y le susurro para que le llegue un mensaje suavemente al oído: Nos vemos del otro lado, bebita. En una dimensión nueva y desconocida. Una hecha para conocernos y ser almas inéditas al mismo tiempo las dos.
Beatriz Fuentes
on 16 abril 2023Me emociona leerte, querida Maria.
Deseo que todo sea maravilloso en tu nueva vida y que la bebida les traiga toda la felicidad del mundo.
Te mando un gran y eterno abrazo con todo mi cariño.
Beatriz
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Maria del Carmen Perrier
on 2 mayo 2023¡GRACIAS BEA!
Todo nuestro cariño para ti también. ¡Beso grandeeee!