Me llamaste, Italia
Parte I: Partida
Saqué el pasaje hace una semana. Si me hubieran dicho que este año iba a ir a Italia me hubiera muerto de la risa, y si me hubieran dicho vas a conocer el Lago di Como, lugar donde comienza la historia de mi segundo libro, hubiera apostado cualquier cosa que eso no iba a ocurrir. Que digan lo que quieran, pero a mi este lugar me estaba llamando, y heme aquí, en el aeropuerto de Dallas (ya explicaré qué hago acá) a una hora de abordar en un vuelo de 10 horas a Roma, la capital eterna.
La poca anticipación del viaje me dejó sin oportunidad de tomar una ruta más liviana, y por eso la escala en Estados Unidos se hizo inevitable. Salí de Bogotá a las 11:30 PM y llegue a Dallas a las 4:30 AM gracias a los vientos de cola que acortaron el viaje media hora.
Pequeñas señales me hicieron acordar a todo lo que implica la llegada a Estados Unidos. Primero, un anuncio que no está permitido pasar armas ni accesorios de las mismas por el scanner de seguridad. Segundo, un cartel de bienvenida con modelo de tapa una hamburguesa gigantesca de ocho pisos rodeada de una cantidad grosera de papas, y último, ese olor a pepino tipo local de Subway. ¡Hola América! Te quiero igual.
Una vez afuera del tramiterío recorrí partes vacías del aeropuerto hasta que logré encontrar la sala Centurion de American Express, donde pasé mis últimas 7 horas de vida. Estoy gratamente sorprendida por la enormidad y servicios de la sala, por lo que aclaro desde ya que no la pasé para nada mal.
La señora que me atendió, no sé si por mi cara torcida después de tan pocas horas de sueño (cualquiera que me conoce sabe que necesito mis 8 horas para que los elementos de mi rostro queden en su lugar) o porque es política, me hizo un tour por toda la sala y a la salida me regaló unos 15 minutos de masaje programados convenientemente a las 9:20 para que pudiera dormir un rato (ya sé, WTF, pedazo de suerte).
Cuando nos despedimos me hice bolita en uno de los sofá cama, me puse los auriculares y le di play a la lista de Spotify de mis canciones preferidas para hundirme plácidamente oculta debajo de la capucha de mi «cangurito» (entiéndase «hoodie») gris. Al rato me desperté para ver una traviesa tortilla de huevo mirándome de reojo que acompañé con un café con leche. Esta compañía inesperada dio resultado y finalmente se terminó de alinear el ojo derecho. Al finalizar me organicé y luego me dirigí cabeza en alto a mis 15 minutos de masaje en la sala de Spa convenientemente llamada «Exhale«, mirando para todos lados a ver si la amable señora de la entrada me venía a cobrar una fortuna a la salida. Sin duda podría haber soñado e interpreté «cortesía» cuando en verdad era «la módica suma de US$1000». No soy personaje de oído muy fino, menos que menos cuando estoy dormida. Pero tranquilos ustedes, yo y mi espalda baja salimos victoriosos.
Alerta aeropuerto
Hay algo de viajar solo que te hace pensar más de la cuenta, y te convierte en un observador fenomenal aún cuando en un día corriente te pasa una fila de elefantes por delante y sos el último en enterarte. Cansada de mirar noticias deprimentes en el teléfono me detuve a explorar un rato a mis compañeros de sala. El bebé pelirrojo que no para de llorar, el señor que va a perder el vuelo porque duerme hace cuatro horas sin moverse y las dos chicas que atienden la sala que discuten en español lo inútil que aparentemente es Ramiro que no se encarga de sus estaciones, y se hace el distraído en los días que desborda la sala por vuelos cancelados. Parece que la cosa no da para más.
Este aeropuerto es más grande que Manhattan (yo sé, wow), y ese dato me quedó sonando en la cabeza lo suficiente como para obligarme a salir unos buenos 45 minutos antes de la salida de mi avión para encontrar la puerta de abordaje. Llegué lo suficientemente rápido como para sentarme a escribir esto antes de salir. Honestamente, no tengo idea cómo va a salir este post. Háganme el aguante.
Cuando me subí al tren para ir de la terminal D a la terminal A, seguí con el ejercicio «alerta aeropuerto» (sin enfocar la búsqueda en la identificación de posibles ciudadanos transportando sustancias ilegales, claro está). Otro bebé pelirrojo (¿casualidad?), una señora con un bolso gigante que decía México bordado en mil colores, otra mujer que se agarró del poste que tenía al lado mío y me regaló un primer plano de sus uñas pintadas con esmalte rosado con brillantina que me hizo imaginarme la conversación con la manicura:
—Quiero algo novedoso, que aluda a mi pasión por Hello Kitty.
— ¡Hecho!
El juego se vuelve demasiado aburrido ahora en la sala porque por suerte me está bajando el cansancio y aunque tengo los lentes, de lejos igual veo poco, me estoy dando cuenta ahora. La azafata de mi puerta empieza a gritar nombres y tengo miedo de que hayan sobrevendido el vuelo o algo, no puedo aguantar una hora más en este aeropuerto. Señora le pido por favor, ¡no diga mi nombre!
Andrés ya llegó a Paris, primera escala hasta encontrarnos en Roma. La fila para entrar en el avión es eterna, y todos la hacen aunque el ingreso es por grupos. Ahí va la sangre de nuestra hermosa costumbre de hacer filas cuando nadie nos llama, ¡ti amo italia!
Los dejo, pero no por mucho tiempo. ¡Deséenme suerte en este vuelo de 10 horas! Nos leemos en el próximo post, escrito con mis pies en las lindas tierras europeas.
Click: PUBLISH.
Stella
on 6 septiembre 2019¡¡¡Buenísimo!!!