Cosas que decir: Mapas
Nunca pensé que iba a ser de esas personas no que tuvieran ni idea cuál va a ser su próximo paso. Llevo una vida acostumbrada a trazar, en la medida de mis posibilidades, un mapa de acción hacia un objetivo específico. Estudiar tal cosa, prepararme para esa tal cosa, hacer esa tal cosa, lograr objetivo. Lo que me asusta hoy, sobre todo, es que esa planificación siempre me funcionó. Testigos son las mil y una libretas con planes que hoy están cerrados con el broche de las misiones cumplidas.
Pero desde hace algún tiempo me está costando mucho pensar así. Me está costando ver hacia adelante e imaginar una meta cumplida en el contexto de un mundo que, según tengo la impresión, no tiene ni la más pálida idea hacia dónde va. Me cuesta dibujarme en un mapa desorientado cuyo horizonte veo torcido.
Me dirán que no, pero yo creo que sí existió un momento en el que, sin darnos cuenta, vivíamos en la gracia de una certeza bastante cierta. Algunos tuvieron la suerte de que, cuando te presionaban a elegir una profesión, de alguna forma, uno se podía casar con ella y jurarle fidelidad hasta que la muerte o la valentía lo separe. En el camino, no aparecían de improviso demasiados contratiempos que lo impidieran.
Muchos dirán que a eso no se le puede llamar estabilidad, que en la realidad esas elecciones eran más parecidas a una jaula. Otros dirán que, aún con todas sus ventajas, hubieran tomado otras decisiones o hecho cualquier otra cosa con el diario del lunes (¿quién no?). Pero lo que destaco ahora con el sentimiento de una brújula a medio congelar, es que el abogado, el médico o el contador que un día decidió dedicarse a eso gran parte de su adultez, al menos tuvo la oportunidad de proyectar. Una oportunidad que, hoy por hoy, no es más que un mapa hacia un reino enterrado. Proyectar, en este mundo, pareciera un privilegio.
Me dirán que las crisis fueron horribles, que no es verdad que no pasaron cosas impredecibles, y estarán en lo cierto. Yo las vi y las viví también. Pero a pesar de tener todo eso en cuenta, no puedo evitar pensar que antes se gozaba de algo que hoy ya no tenemos. Aunque quiera, no puedo encerrarme en una «jaula» igual y plantarme en la tierra con una sola carrera o trabajo hasta los 60 años. El mundo no funciona más así.
De repente, el futuro parece un libro de capítulos más cortos. Somos polvo de momentos que solo se ven con una lupa que en su aumento muestra el más pequeño paso a paso. Pasos que se sienten lentos. De a ratos, también muy desesperados.
Me desprendo del ahora solo para preguntarme cómo se sentiría antes todo esto. «Antes» me refiero a cuando lo incierto parecía más cierto. Me pregunto si quienes pudieron aprovecharlo lo aprovecharon de verdad. Me pregunto si se habrán dado cuenta que, al menos durante un tiempo, vivían en un mundo de pronósticos regalados.
Y me pregunto también, cómo puedo anclarme de regreso al contacto de mis pies con la tierra que hoy habito para lograr darle la vuelta a esta reflexión que, noche sí y noche no, me quita el sueño. Si, tal vez, esta no es la forma como deberíamos concebir la vida desde un comienzo. Me pregunto si en realidad los pasos no son lentos ni desesperados y, al revés, son pasos conscientes y cautos.
Si el no saber, en el fondo, es saber mucho más. Si la brújula no se está congelando sino que se está descongelando. Si no tener un mapa, en realidad, significa que podemos dibujar un mapa desde cero y así armar nuestras propias rutas no a lugares enterrados, sino a lugares que aún no se revelaron. Y qué tal, si en verdad somos responsables de nuestros propios mapas. Esos que te llevan en la ruta para cumplir el sueño verdadero.
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