Cosas que decir: Libros
Uno podría pensar que, si un escritor dice que ama los libros, es una obviedad. Pero no.
Hace algún tiempo escuché a un actor convertido en autor en una entrevista de presentación de su libro decir que no leía. Me indigné. Arrugué los ojos y entorné mi cabeza mientras terminaba de procesar lo que había escuchado y dejaba pasar el resto de la entrevista que ya no me interesaba más. ¿Qué estaba diciendo este señor?
En aquel instante, no pude evitar detenerme en un enunciado que para mi es una total incoherencia. Volví a reproducir el video, y confirmé que efectivamente el hombre estaba presentando un libro con postura de rey del mundo y anunciando sin pestañear que, al parecer, leer no se le da tan bien. Acto seguido, otro cuestionamiento atravesó mi mente: ¿Con qué criterio había escrito cualquier cosa ese señor a quien abrir un libro aparentemente le parece una tarea que no amerita su tiempo?
Automáticamente regresé a mis dos experiencias escribiendo libros y reviví la intensidad de cada momento. Trasladé mis pensamientos una tercera vez desde mi cerebro hasta la punta de mis dedos y recordé aquellos ratos duros y extenuantes de inmensa presión por hacer un producto digno para quienes, tanto el primer como el segundo libro, significaban tanto. Volvió a arder adentro de mí una tenacidad que solo descubrí con esos procesos. Una tenacidad que, por primera vez, logré redefinir de lo que durante mucho tiempo otros se habían esforzado por clasificar como una «terquedad irreverente». Verán, de estas experiencias a veces uno aprende más de uno mismo que de todo el tema que le tocó investigar.
Durante este viaje en los recuerdos, también resucitó la rigurosidad autoimpuesta de cumplir las fechas y las expectativas, así como aquel momento en el escritorio de Colombia cuando terminé la última reunión de edición del segundo libro. Corría la cuarta hora de revisiones. Andrés estaba en el mismo espacio abierto de la sala de estar con auriculares y con los ojos a medio cerrar, ya que la oscuridad de la tarde bogotana anunciaba una inminente inmersión al sueño. Sin que él notara el cambio de posición, corté la llamada, deslicé la silla hacia atrás, me resbalé en el asiento como si fuese un tobogán y acabé en el suelo llorando en la soledad de mi abrazo. Extenuada y orgullosa. Agotada y a la vez hambrienta de más.
Desde entonces comencé a pensar en escribir una novela, la que hoy estoy más cerca de hacer realidad a pesar de los miedos que estoy segura que aprenderé a manejar, pero que nunca me van a dejar en paz. Miedos de los que no resiento porque son de aquellos que, en vez de frenar, impulsan.
Pasaron los días desde aquel encuentro entre la entrevista y yo y, como soy dura de soltar, comencé a comparar a esa chica tirada en el suelo con todas las emociones fluyendo por su cuerpo como un mar abierto en el ojo del huracán, con el hombre teniendo la entrevista en su casa con las piernas abiertas, completamente despatarrado y aparentemente impávido con aquel logro que parecía uno más en su larga lista de premios de celebridad global. Antes de caer en un pecado de pensamiento, me acordé de algo que me dijo mi gurú de los mensajes transformadores:
No es que el que aparenta vivir «sin preocupaciones» y al que «todo le resbala» sea más feliz. El hecho es que esa persona vive la felicidad con la misma intensidad con la que predica vivir su vida. Esas personas, nunca sienten la felicidad (o la tristeza, dicho sea de paso) como tú. La viven en ese estado neutro que juran tener. Entonces, ¿a ti te gustaría perderte de ese instante de absoluto éxtasis de emoción y felicidad? ¿Verdad que no? No serías tú. Así que no envidies al que «todo le resbala». Pensá, en cambio, que disfrutas de una manera única de sentir.
Finalmente, me decidí por ignorar a ese señor. Caí en cuenta de que, muy probablemente, el actor convertido en autor no había escrito su libro. De hecho, creo que también existe la posibilidad de que ni siquiera lo haya leído. Cómo si no, uno no ama su proceso y los libros que, como familia directa de su producto en promoción, merecen su absoluta admiración.
Pero quién soy yo para poner una métrica de amor a los libros o a la lectura. Al fin y al cabo, su libro es un best seller.
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