Te vi en mi flor violeta
Por Gustavo Perrier
Durante mi época laboral no me fue posible ver las pequeñas y grandes cosas que sucedían a mi alrededor. Ahora, debido a esta peste que nos trajo el mundo y gracias a que me he dedicado a mi gran pasión todos los días que es pintar, eso cambió.
En este tiempo he aprendido mucho, ya que la constancia, práctica y dedicación lo llevan a uno inevitablemente a progresar. Cada día un poco más, me ocurre que logro encender toda esa pólvora sobre lo que me gusta, y gracias a eso he logrado conectarme de nuevo con esta pasión y con mi alrededor.
Tengo la fortuna que desde mi lugar de trabajo tengo la posibilidad de ver un jardín espectacular donde siempre hay flores. Ahora que puedo ver el tiempo pasar más lento, me doy cuenta que esa vista se transforma todos los días, y puedo ver cada cambio milimétrico de la vegetación.
Ese jardín, el que veo durante mis tardes de pintura, en realidad no lo creé yo. Estaba así desde que nos mudamos a esta casa, y tengo entendido que lo hizo un especialista que ahora quisiera agradecerle por dedicar su tiempo y permitirme ver lo que veo hoy.
Con esto en mente es que, en el emprendimiento que tenemos con Stellita, me niego a llevar plantas que tarden mucho en crecer. Entiendo su proceso, su crecimiento y su cambio, y por tal motivo comprendo que por mi edad hay cosas que nunca voy a poder ver, pero quiero verlas. Entonces, cuando vamos al campo y pasamos por un vivero, elijo solamente aquellas plantas a las que voy a poder ver florecer, seguir creciendo y disfrutar con Stellita, la mujer que me acompaña hace 50 años.
Entre todas las cosas que pasaron en este encierro, hace algunos días pasó algo maravilloso. Desde mi cuarto de pintura vi una planta que dio una flor violeta clara justo frente a mi ventana. Ella me saludaba todos los días y lo hacia moviéndose lentamente, hacia un lado y hacia el otro, aún en los dias que no había brisa. El hecho de que todos los dias hiciera movimientos diferentes me hizo pensar que quizás me estaba esperando. Era un gesto que no tenía otro significado más que alegrar mi día y además darle color, ya que, según el día, la flor violeta cambiaba de tono más claro o más oscuro.
Así pasaron varios dias. Mientras yo pintaba, ella miraba por mi ventana y viceversa. Incluso, cuando el pincel se detenía por algún motivo, yo la miraba y la sentía hablarme. De a ratos hasta me parecía que a través de ella me hablaba mi madre, y a su vez ella hablaba con mi padre y reían recordando juntos pasajes lindos de mi vida.
Pero un buen día, mientras seguíamos esta rutina, la vi acurrucarse lentamente en la rama. En ese mínimo movimiento detecté que me estaba diciendo adiós. Enseguida se desprendió y cayó al césped, muy lento. La atracción del suelo pareció llamarla, puesto que al caer, el pasto se dispuso a abrazarla.
Cuando vi esto me paré, salí al jardín y la tomé con mis manos. Para no perderla, la llevé a mi cuarto de pintura y la puse en la mesa. Desde mi pequeño banco frente a uno de mis cuadros del campo la miré reposar unos instantes en mi mesa. Desde allí volvió a hablarme y me dijo: «Todo pasa y todo termina pero tuve una vida feliz contigo mirándote por la ventana.»
Desde ese momento no puedo dejar de pensar en que, con poca cosa, uno puede hacer feliz a alguien. Creo que en estos días queda más claro que nunca que a veces pasamos por delante de las cosas más bellas sin ni siquiera reconocerlas. Y finalmente, considero que debemos tomar conciencia de lo sencillo que es hacer feliz a los que nos rodean y nos quieren. Solamente hace falta un pequeño gesto.
stella
on 8 mayo 2020Muy lindo!
Madelon
on 13 mayo 2020Este es mi amigo! Me emocioné, la belleza en lo simple y cotidiano y una linda moraleja. Gracias