Es todo muy extraño, ¿o no?
Me encanta cuando escucho a mujeres mayores que yo decir que están felices de cumplir años. Escucharlas no solo me me quita cualquier miedo a envejecer, sino que genuinamente me dan ganas de cumplir años a mí también.
Hay algo en su forma de decirlo que me da envidia. Quizás sea esa seguridad que transmiten la que me da la impresión de que saben un secreto delicioso. Un secreto único, imposible de compartir. Escucharlas me hace pensar en que esas mujeres llegaron a un punto donde están completamente iluminadas por las experiencias de sus vidas y, solo cuando se llega a semejante instante de comprensión, es posible ser parte de su club selecto. ¿Y quién no quiere ser parte de ese club?
Todavía no llegué ahí, estoy segura que no. Pero en los últimos años una serie de eventos muy extraños me hicieron pensar en lo lindo que es crecer y en lo circular que puede llegar a ser la vida.
Uno crece con la gente diciéndole «todo vuelve» o «todo pasa por algo» y son frases que francamente ya me saben absolutamente a nada. Pero sí creo que la vida es circular, o como lo dijo mejor Jorge Drexler, «todo se transforma». Una cosa conecta a la otra y después a otra y después a otra y, un buen día, entendiste de qué se trataba lo primero. Pues de eso se tratan los eventos muy extraños a los que me refiero y que me llevaron a pensar:
—¡Ajá! Por eso viví aquello hace 10 o 15 años.
Y es todo muy extraño, ¿o no? Quizás sea una fuerza cósmica que nos quiere mostrar el significado de algo más profundo, que nos quiere sacudir para forzarnos a ver algo que antes no habíamos notado. Sea como fuere, esos eventos me dejan un buen sabor y me obligan a ilusionarme con ese momento glorioso en el que finalmente yo, a mis 40 o 50 años, comience a ser parte del club.
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A mis 14 años llegué al pico de la boludez. No sabía quién era, ni quién quería ser. Estaba convencida de que sabía y tenía todo absolutamente claro. Una aberración. A eso se le sumaron mis primeros episodios de depresión y me volví un cóctel explosivo.
Como si fuera poco, junto a eso llegaron una tonelada de malas decisiones, entre ellas, las elecciones de pésimas compañías masculinas. Iba de malo, en peor, a maldito (los buenos de aquella época quedaron en el olvido injustamente como los «aburridos»). Pero por supuesto, en mi mente yo me estaba «comiendo el mundo», cuando en realidad no tenía ni la más mínima idea de que estaba percibiendo todo completamente al revés.
Una de esas experiencias fue traumática, incluso polémica. El tipo no era para mí (ni siquiera era mío), me llevaba 200 años de viveza y aprovechó toda mi ignorancia disfrazada de niña viva para arrastrarme con él a un pozo oscuro. Era un auténtico «chico malo» con cientos de misterios por resolver, y en mi ingenuidad estaba convencida de que era la enviada para descifrarlos todos y cada uno de ellos (si esto se lee muy extremo y ridículo, es porque es lo que fue, extremo y ridículo.)
Mi recuerdo de él era terrible. Incluso lo culpaba de muchas cosas que me habían pasado después y me tardó 15 años más darme cuenta de que yo también tendría que haber entendido mejor las cosas. No tenía todas las herramientas a mis 15 años, pero creo que tenía más de las que estaba usando.
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En el 2019 fuimos con Andrés a Uruguay de sorpresa para la primera comunión de mi ahijada. Me acuerdo de estar sintiéndome muy bien, estable, y eso para mí —o cualquier persona con algún trastorno de ansiedad— es mucho. Tanto fue así que cuando mis padres nos invitaron a comer a un restaurante que yo odiaba ir, no lo pensé y dije que sí. ¿Por qué no?
Durante la primera hora comimos rico y pasamos bien, pero cuando estábamos por pedir el postre por el rabillo de mi ojo, lo vi. Después de una década y media pensé que mi primera reacción iba a ser pararme e irme, no creí que estaba dentro de mis capacidades lidiar con semejante momento. ¿Qué siento? ¿Estoy bien? ¿Me importa? ¿Tengo cosas que decir? Coordiné mi mente para que se frustrara con algo pero no pasó nada, no sentí nada. Me aplaudí despacito por abajo de la mesa por caer en cuenta de que la madurez finalmente había llegado con algo positivo y, porque quizás por primera vez en mi vida, me vi por encima de una situación traumática. Mi alma le juró a mi mente que eso ya no tenía nada que ver conmigo y fui libre.
Dos días después recibí un mail sin asunto. Era de él. Chequeé mi cuerpo para ver por dónde estaba canalizando el sudor y los nervios, y de nuevo nada. No sentí nada. Lo abrí y leí las simples cinco frases que tenía:
«Te vi el otro día. Te quería pedir perdón (…) Tendría que haber (…) Espero que me perdones (…)».
Lo leí y lo volví a leer, y después no dudé un minuto en responder:
«Gracias (…) Yo también tendría que haber (…) Te perdono».
Eso fue, sin exagerar, de los momentos más increíbles de mi historia reciente. No de los mejores, sino de los más increíbles, porque por primera vez sentí llegar el momento de revelación de la sabiduría de aquellas mujeres del club quienes sospecho, de este tipo de historias no tienen una, sino miles.
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Hace cuatro semanas escribí un post que llamé «El año que aprendí que se podía ser mala«. Las repercusiones del post aún las estoy viviendo, pero sin duda lo que más me impactó fue la respuesta de mis antiguas compañeras de colegio.
Algunas me mandaron un mensaje por Instagram contándome que habían sentido algo parecido a lo que menciono en el texto, o que habían notado todos esos cambios de los que yo había hablado. Otras me mandaron mensajes por Whatsapp, escritos y audios, comentándome que la entrada las había hecho pensar mucho no solo sobre ellas mismas, sino en todas nosotras como grupo. Otras directamente me llamaron para decirme que al fin alguien había salido a hablar de esto. Realmente fue impresionante la respuesta de todas ellas porque, si bien era lo que anhelaba que ocurriera, no lo creía posible. Por suerte estaba equivocada.
De todos esos intercambios, hubo uno que resonó bastante y que creo que hoy simboliza un par de pasos en aquel camino hacia la iluminación de mi mujer futura.
Cuando recibí su audio me pareció extraño porque hacía mucho tiempo que no hablábamos. De chicas éramos buenas compañeras, pero nunca grandes amigas. No por nada en particular, creo yo, simplemente no se dio. En el audio me decía que se acordaba de uno de los episodios que mencioné sobre un cumpleaños, cuando éramos niñas, al cual no me habían invitado y desde allí me llamaban para hacerme bullying. Me dijo que si bien no se acordaba de haber llamado o participado directamente de eso, ella estaba ahí y sentía que no había hecho nada para frenarlo. Me pidió perdón y me dijo que revolver todos esos recuerdos la dejó pensando.
Escucharla no solo significó el cierre de aquella herida de la infancia, sino que también me ayudó a recordar que yo alguna vez también estuve «del otro lado del teléfono». Yo también había sido la mala y la idea no era reclamarnos nada, sino pensar en generaciones futuras y cómo ayudarlas a no pasar por las mismas cosas porque, al final, tarde o temprano, a tus 12 o tus 32 años, si no se cierra, sigue doliendo.
Nosotras cerramos.
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Pasaron dos semanas de ese pequeño intercambio de audios y una amiga de mis épocas de estudiante universitaria en Buenos Aires me contactó para armar un equipo de trabajo para un nuevo proyecto. Puesto que trabajamos en el mismo rubro, volví a contactar a aquella compañera del audio sanador y le propuse trabajar juntas.
—Hay algo cósmico en todo esto…—le dije.
—Es cierto. Y yo sigo pensando…—me dijo.
Y fue todo muy extraño. No sé si ella lo vivió igual que yo, pero en mi imaginación ahí nos vi de alguna forma subiendo esas escaleras, independientes pero juntas, hacia las puertas de aquel club selecto.
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En Buenos Aires por un buen rato hacíamos todo entre tres grandes amigas: Cris, Caro y yo. La vida nos fue alejando porque así es como le gusta jugar, nos separa solamente para después unirnos cuando somos más fuertes y mejores la una para la otra.
Cris fue la que me llamó hace un par de semanas para armar el equipo de trabajo. Caro, por su parte, me mandó en la misma semana un audio después de al menos 10 años de casi nulo contacto para decirme:
—Te mando este audio después de tanto tiempo para decirte que, ¿sabés qué? Es todo muy extraño. — y procedió a contar una serie de eventos que la habían llevado a pensar en mi.
Tenerlas a las dos de repente, sin preámbulos, de nuevo en mi vida, me llenó de una alegría que no sabía que todavía existía, y esa última frase me quedó sonando. No pasaron muchas horas más hasta que me remonté al 2011, a cuando éramos inseparables y la vida era un torbellino alucinante de novedades y ella me decía cada vez que nos volvíamos a ver en la universidad: «Amiga, ¿sabés qué? Es todo muy extraño.»
Lo es Caro, definitivamente lo es, y así es perfecto.
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Porque es, pero no es, porque todo cierra. Me cierran los perdones, me cierran las llamadas que a la vez cierran heridas. Y cuando cierran terminan y a la vez empiezan. Conectan con otra cosa. Y entre traslado y traslado, cuando algo se cierra y después se abre, surge en cada uno de los involucrados, nada menos, que una mejor persona.
Rosina Otegui
on 5 marzo 2021Hola my dearest !!! Que lindo leer sobre tus vivencias, tus experiencias de vida y tus reflexiones. Muchas gracias por compartirlas ! Nos dejan muchas enseñanzas y nos estimulan a ser arte y parte en esa transformación inevitable y esperanzadora … Un 😘 y un 🙅♀️💚
Maria del Carmen Perrier
on 8 marzo 2021Lo máximo este comentario 🙂 Gracias tía! Qué haría sin tu apoyo!
Beso enorme!!!
Aia
on 9 marzo 2021Me encanta tu blog María! Te recomiendo un libro que terminé hace poco, Las Mujeres que Aman Demasiado, de Robin Norwood, si no lo has leído! Un abrazo:-)
Maria del Carmen Perrier
on 9 marzo 2021¡Gracias Aia!!!
Amo las recomendaciones de libros ya mismo me lo anoto!!!!
Beso enorme!!!
Luciana
on 9 marzo 2021¡Mi urulinda! Qué lindo leerte, siempre. Alguna vez tuve con mi «noche oscura» un episodio similar: después de muchos años llamó para pedirme perdón… y en ese momento, sin dudarlo, le dije que gracias a todo ese dolor, gracias a todo eso que él me había hecho, yo era lo que era. Y le dije no te perdono, te agradezco. Sanar, mi urulinda, es lo que nos permite siempre seguir adelante…
Y las fichas siempre se acomodan, de alguna forma misteriosa siempre terminan haciéndolo. Vas a ver que cuando llegues a los 40, vas a sentirte poderosa. Mark my words!
Love you, Lu
Maria del Carmen Perrier
on 10 marzo 2021Ay lulooooo, lo que daría por un cafecito juntas a hablar de todo. No tengo duda que tenés toda la razón. Yo sé que estoy andando en ese camino hacia el momento de poder, porque voy interiorizando todo pero también porque esos pequeños momentos los siento cambiar la estructura de mi ser. «No te perdono, te agradezco». Qué fuerte, ¡qué valiente! Te admiro siempre y te adoro! Love u too!!!!!