Ensayo sobre nuestra ceguera
Entre todas las cosas que me están costando comprender en esta nueva realidad a raíz del COVID-19, hay una que se destaca sobre las demás. Se trata de la manera en que muchas personas siguen insistiendo en querer volver a la «normalidad» cuando, en nuestro sano juicio, sabemos que volver al pasado es imposible y nunca volveremos a la normalidad tal cual la conocemos.
Me ha llamado mucho la atención cómo nos está costando entender el momento, el ahora. Reenviamos mensajes como si estuviésemos incorporando cada célula de información y cada respiro del momento. Pero puesto que no terminamos de leer más allá del subtítulo, en realidad, la parte de absorsión no está pasando.
He aquí donde creo que se encuentra el punto que nos está jugando la peor pasada de todas: cuando nos quedamos trabados entre «enviar» y «asimilar».
Partes del todo
Es innegable que superar positivamente esta situación sin que todos los habitantes de este enrollado planeta hagan algún sacrificio, es imposible. El mundo, la naturaleza, y la realidad nos lo están diciendo: tal como estaban funcionando las cosas, no estaban funcionando bien.
A pesar de haber un enorme grupo de acuerdo con esto, aún existen quienes insisten en rechazar que hay una cuota de esta crisis que posiblemente nos merecemos como especie. Y, hasta cierto punto, debo decir que comprendo la sensación de tranquilidad que esta posición brinda en el corto plazo. Sin embargo, tarde o temprano debemos caer en cuenta de que la vida es más ágil que el ritmo del corto plazo.
Admito que me preocupa ese planteo, pero más me preocupa cuando sus seguidores son los mismos que insisten en hacerle trampa a las normas para evitar sacrificar partes de su cotidianidad por el bien colectivo. Justo aquí es cuando lo personal pasa a ser social. Es decir, donde las consecuencias nos comienzan a afectar a todos.
Evolución forzada
El mundo está patas para arriba. Los sistemas que creíamos tan fuertes están colapsando a nuestro alrededor como edificios en película de ciencia ficción. Hay culpables como en muchas situaciones de la vida, y hay ensayos, y hay errores. Pero nada de eso sirve de excusa para justificar nuestras reacciones erradas. Lo que hagamos hoy define lo que representamos para el resto de nuestra vida, y es imperativo que tomemos conciencia de que este precepto nunca fue tan significativo como ahora.
En estos 25 días de encierro, mi manera de enfrentar el aislamiento ha sido aceptar que la situación es la que es, y punto. Estoy decidida a comprender desde todos los ángulos posibles que durante y después de esto mi vida no puede seguir «como si nada». No puedo hacer todo lo que me gustaría hacer, ni ir a todos los lugares que me gustaría ir, y mucho menos ver a las personas que me gustaría ver. Justamente porque, como parte del todo, las decisiones que tomamos individualmente, importan.
A decir verdad, no podría vivir conmigo si intentara esquivar lo que se está pidiendo de mi. Buscar «trampillas» para no dejar de hacer lo que nos hace sentir que seguimos viviendo en nuestra preciada «normalidad» no es más que el nacimiento de un fantasma que a los únicos que perjudicará en el futuro es a nosotros mismos.
«No se cambia de opinión por argumentos, se cambia de opinión a través de experiencias».
No me puedo sacar esta frase de la cabeza. Siento que el mensaje es quizás más relevante que nunca. Seguramente muchas cosas van a cambiar —tienen que cambiar— a través de esta experiencia. Y no me refiero solamente a nuestra manera de vivir, sino potencialmente a la manera de comprender cómo vive el otro.
Esto resulta particularmente difícil si no nos hemos enfrentado a verdaderos sacrificios en la vida. Sin sacrificios, no hay resiliencia, y sin resiliencia no se puede ser verdaderamente empático. Hoy más que nunca queda en evidencia lo ciegos que podemos ser frente a los privilegios que disfrutamos, que no son más que fruto de las oportunidades con las que nacimos. Este contexto nos demostró que ser verdaderamente solidario, cuesta. No se trata solo de poner un hashtag y listo. No señor.
Se trata de dar sin querer nada a cambio, sacrificando aún (o mejor dicho, sobre todo) lo que nos hace sentir más cómodos. Es no creernos cosas porque nos benefician, sino hacerle caso a la verdad, la pura y dura. La verdad que duele.
La amenaza real quizás no sea el virus, sino la ceguera de nuestros privilegios. El de poder salir a un jardín, el poder disfrutar de una terraza, el poder tener opciones para vivir esto en uno u otro lugar. El poder seguir en contacto con nuestras familias, el poder trabajar desde casa, el poder ir al supermercado sabiendo que aunque no se tengan los mismos ingresos, todo va a estar bien. Porque definitivamente, con tan solo sacar algunos dedos de las manos que están tapando nuestros ojos, es claramente visible que esas opciones no están disponibles para todo el mundo.
Y ahora, ¿qué?
Estamos a prueba. Nos están mirando desde el futuro para ver cómo vamos a resolver esto, cómo vamos a renacer y crecer. Están viendo si tomamos conciencia de que hoy mismo no solamente basta con dar: hay que sacrificar.
Y lo emocionante es que hacerlo es más simple de lo que creemos. Solamente cuando entendamos que nuestras mejores cualidades se amplifican cuando logramos actuar con el otro como prioridad, posiblemente habremos encontrado algo igual (o más) poderoso que la vacuna.
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Selva
on 10 abril 2020Totalmente de acuerdo, creo que este cambio experimental, el aprendizaje de lo que no es «normal» o «conocido» y los sacrificios o privaciones son ingredientes fundamentales que están preparándonos para el cambio y la nueva realidad que se viene. Hacer un stop, repensar y reinventarnos, yo veo este momento como un aprendizaje y no como un castigo.
Maria del Carmen Perrier
on 10 abril 2020Esa última frase es todo ✊🏼✊🏼✊🏼