El fantasma del vacío: cómo estar más cerca cuando estamos lejos
En toda historia de viaje hay dos tipos de personas: los que se van y los que se quedan. Esta entrada no trata únicamente sobre lo que pasa con uno, o lo que pasa con el otro, sino de lo que pasa en el medio.
Suele suceder que, desde que aquel primero cuenta que se compró un pasaje hacia el país más alejado de la señal de teléfono posible se convierte, en los ojos de los demás, en un ser casi «todopoderoso» con una habilidad envidiable para esquivar sentimientos. Además, desde ese día en que tomó la inesperada decisión de aventurarse al mundo sin previa discusión de grupo, se transformó en un ser que claramente no sabe lo que es extrañar y que seguro va a estar tan distraído con el coco y la playa que va a dejar a su gentede lado.
Es claro que quien está con la mochila piensa en irse, irse y después irse de nuevo, pero eso no quita que se cuestione: ¿qué va a pasar con el vacío que dejo atrás? Para la tranquilidad de éste, existen cantidades industriales de guías de supervivencia para superar la distancia, solamente hace falta una búsqueda en Google (y ni que hablar que el nuevo ambiente ayuda).
Sin embargo, para los que se quedan no parece haber mucho más que algún libro de autoayuda lleno de polvo que intenta sin éxito explicar cómo transitar de manera saludable esa partida que tanto costó ver, y que aún en algunos días duele. En estos años afuera, creo que lo que más hace la diferencia es eso, el exceso de distracción y ayuda para uno, y el desasosiego que genera la rutina y la poca práctica en el otro. *.
Debería existir una fórmula para encontrar más rápido el punto donde la distancia no sea dolorosa. Ese punto debería ayudar a todas las partes a ser partícipes tanto de lo que ocurre en un lado como en el otro, donde nadie es el superhéroe que se va ni el incomprensible que se queda. A todos, donde sea que estemos, nos pasan cosas y, si hay algo que me queda claro, es que no hay coco ni playa que suplante al cariño.
Forzar al que se va a permanecer en una rutina dañina, no es buena idea. Tampoco recomiendo idealizar su posición suponiendo que no hay días difíciles o con complicaciones, porque créanme, no es así. Por el contrario, hacer saber al otro que sin importar la aventura en la que se vaya a embarcar siempre va a haber un lugar en los pensamientos de su día a día, tiene el poder de cambiarlo todo. Es la pócima de la salud mental y el único remo que realmente puede dirigir el barco, porque en los malentendidos parece obviarse que, en el fondo, se suelen «reclamar» las mismas cosas.
Viviendo y aprendiendo. Viviendo Y aprendiendo, sí señor. ¿Sabes por qué? Porque en lo que respecta a la distancia, nadie gana si las partes no son capaces de trasladarse y disfrutar juntos todo, de hacerse el tiempo para ir simbólicamente a dar ese abrazo, de decir esas palabras de aliento o mandar ese «me haces falta». Nunca hay que subestimar el valor de un llamado o un mensaje directo. Nunca hay que subestimar la magia de nuestro afecto. Estos gestos, aunque sean esporádicos, son los únicos capaces de espantar al fantasma del vacío y acortar los kilómetros hasta reducir la distancia a nada más, que una simple palabra.
*Lo que hubiera dado hace 10 años por tener un manual para mi madre sobre cómo lidiar con mi partida. Me acuerdo además que, para peor, alguien intentó consolarla (¿?) y le dijo que «el tiempo sólo lo hace peor y peor, y el dolor no se pasa«. Sería una gran anécdota si no fuera verdad.
Comentarios
Deja tu comentario