El espejo
Por José Pedro Perrier
Hoy es feriado, pero da igual. Estamos en cuarentena y aislamiento social, que cada día se parece más a una «cincuentena» y o “sesentena” y no sé cuántas “enas” más será. Me perdí en tantos días monótonos.
Desde que empezó esta medida me quedo dormido mirando televisión con más frecuencia, pero por algún motivo hoy estaba más cansado de lo normal y preferí acostarme en la cama para la siesta. Cuando finalmente quedé tirado hacia mi derecha, como no lograba conciliar el sueño me quedé mirando al espejo que desde hace años está en mi casa. Él no me veía a mí, pero yo si a él.
Es un espejo grande y muy viejo. Echado como estaba me di cuenta que estaba muy sucio y que solo veía bien la parte inferior, porque pequeñas manchas juntas, circulares, y rayones entrecruzados, difusos y sin sentido no permitían ver mucho más allá. Después de prestar atención a todo esto, me quedé pensando en todo lo que significaba tenerlo.
Antes lo alojaba un ropero que pertenecía a mis abuelos por parte de mi madre. Desde siempre crecí junto a él. (¿Sabrán mis hijos y, sobre todo, mis nietos, lo que es un ropero? Porque a decir verdad, si me pongo a reflexionar, yo hace años que no veo uno de este estilo.) Volviendo al espejo, este engalanaba la puerta principal y medial del mueble. Es de una sola pieza. La parte inferior es rectangular y mide 1 metro de ancho y 1,30 de alto que antes se coronaba con una preciosa medialuna que ascendía unos 30 cm, o tal vez 40. Arriba, parecía que levitaba un arco superior de la puerta del ropero. Mi madre sabía que me gustaba mucho y por eso me lo regaló cuando me casé, y fue en aquel momento decidimos cortar la media luna superior para dejarlo rectangular, lo enmarcamos con madera y lo dejamos tal cual lo veo hoy: sobre la cómoda de nuestro cuarto, acostado sobre su lado mayor en su posición original vertical.
Al mirarlo en esta tarde de insomnio natural me imagino a mi abuelo, que no conocí, arreglando su corbata tal vez de moña o tal vez un plastrón con una alfiler para sujetarlo. En su reflejo se ve también un cuello duro tipo pajarita, o redondo. También veo a mi abuela con su vestido largo y sombrero inclinado hacia un costado, posiblemente con guantes también largos, prontos para salir. En el mismo destello también veo crecer a sus hijos, entre ellos a mi madre, después a mi padre y finalmente a nosotros: mi señora, a mis hijos y a mis nietos. En total, fueron cinco generaciones a las que este fiel integrante familiar acompañó, sigue y seguirá acompañando.
Además de la historia personal, debo admitir que este espejo tiene cierto encanto que a todos les llama la atención. Casi irremediablemente quien entra por la puerta del dormitorio, lo mira. En respuesta, él, con una generosidad encomiable, nunca niega un saludo ni una mirada cómplice. Tampoco una picaresca, ni una guiñada, ni una mueca y ni siquiera una atrevida sacada de lengua. En su respeto y fidelidad sabes que no te va decir nada, pero va a estar junto a ti. Acompañándote con tu gesto o tu mirada.
Cuántas veces habrá ayudado a arreglar corbatas o cabellos, a terminar peinados y acomodar pañuelos. Cuántas veces dijo que las ropas no combinaban o que no eran para ese momento o que no quedaban bien.
En este sueño, pienso que, quizás, incluso ayudó a preparar unas palabras que iban a pronunciarse en público. ¿Qué habrán dicho? Puede que también haya ayudado a idear una coreografía, e incluso capaz rió ante una canción mal entonada o improvisada. Porque si de soñar se trata, me gustaría entonces escuchar de sus recuerdos cada confesión privada. Ahí está ese fiel confidente y amigo. Siempre quieto. Siempre pronto. Siempre atento.
Hoy, de él cuelgan además de las historias pasadas las “cartas” de mis nietos menores. Tan pequeñitos son que aún no conocen las letras, y hay algo romántico y risueño en todo eso. Cada una de ellas me dejaron para acompañarme en estos tiempos que no nos podemos ver para que me alegraran el día. ¡Y vaya si lo hicieron!
A pesar de que llevo unos minutos en esta nube de recuerdos, ya no quiero dormir. Igual siento que usé bien mi tiempo, acompañado por ellos y reflejado en el espejo.
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