Cosas que decir: Cuentos
Vengo de una extensa familia de excelentes cuenta cuentos. Desde los más grandes hasta los más chicos o los cuentan o los saben escuchar, ambas acciones igual de importantes para llevar a cabo el rito con éxito.
La hora de contar cuentos en cualquier reunión familiar siempre fue una de mis preferidas. Dentro de las más icónicas se encuentra aquella en el campo justo antes de la cena donde, durante las vacaciones de invierno, nos arropábamos alrededor de la inmensa estufa a leña con la intención consciente de recuperar historias.
Era un momento insuperable. En general, en esa instancia, mi abuela se sentaba en uno de los sillones individuales grandes que hacían de trono. Por otro lado, alguien servía bebidas, otros jugaban a las cartas y un alma caritativa se ocupaba de mantener vivo el fuego.
Los más chicos, por su parte, jugaban con las decoraciones de la mesa hasta que algún adulto lo ponía en su lugar. Y, mientras tanto, sin importar la acción primaria que se estuviera haciendo, todos escuchábamos las anécdotas de la juventud de las hermanas Ferreira (mi abuela y sus tres hermanas) y de los comienzos del campo, o revivíamos aquellas de nuestra infancia. Esta imagen está, sin duda, en el podio de las memorias de mi vida.
Pero más allá del recuerdo, creo que fue gracias a esas lecciones inesperadas que aprendí cómo funcionan los cuentos. Comprendí la relevancia de la presentación de los personajes con su aspecto físico y características emocionales. Caí en cuenta de la significación del contexto y la introducción para entender y vivir internamente el conflicto hasta llegar a la gran hazaña que daba pie al desenlace de la historia. Entendí que, tan importante como conocer la historia con la mayor cantidad de detalles posible, es encontrar la voz ideal para transmitirla.
Así, comencé a darle vida a cuentos de ficción y no ficción de mi autoría, y perfeccionando mi voz narrativa. No tardé demasiado en darme cuenta de que, a pesar de no haberlo buscado, me obsesioné. No solo quería hacerlo bien, sino que necesitaba estar constantemente escribiendo. Cuento tras cuento, escrito tras escrito, notaba en el desgaste de mis dedos que el estilo no era lo único que se estaba formando con la práctica. Estaba formando el rompecabezas de mi ser.
En todo este proceso, fui descubriendo otros beneficios de mi obsesión. Comencé a sentir que en la medida que me abría cada vez más pasaje a pasaje, las letras comenzaban a dar puntadas en mi alma para unir partes que estaban desencontradas y, en cuanto ganaba confianza, cada capa protectora se diluía para permitirme vivir cada vez más cerca del verdadero yo como si quisiera encontrar la última mamushka.
Sin embargo, aquí es cuando me doy de frente con una contradicción. Si contar cuentos es abrirle paso a nuevas formas cada vez más fuertes y más reales de uno mismo, ¿qué pasa con los cuentos que quedan perdidos? ¿Son partes nuestras que se pierden para siempre? ¿O serán, quizá, piezas del rompecabezas que nos toca descubrir?
Desde hace meses que, más que recordar los cuentos que conozco, me pregunto qué será de aquellos cuentos que quedaron sin contar. Me pregunto si, en la innegable conexión generacional (especialmente la poderosa fusión femenina de sabiduría que pasa de una punta a otra de nuestro árbol genealógico), lo que no se dijo en una generación se convierte en la misión de la siguiente.
Últimamente, cuando me miro al espejo, también reflexiono si ese espejismo que está del otro lado no soy solo yo con mi felicidad, mi dolor, aspecto cadavérico y todos los cuentos a los que pertenezco, sino que somos más de dos en ese reflejo. Si las cosas que estoy viviendo son parte de una posta de aprendizajes de cosas que todavía no se dijeron. Si una cuota de mi propósito es descifrar lo no dicho como un salvavidas que tiene el poder de liberar a mi clan en nuestras batallas de supervivencia.
En este hilo de pensamientos también surge la duda de si, cuando le pido respuestas a mi madre, esconde alguna cosa para protegerme o son cosas que tengo que descubrir por mí misma. Acto seguido, me cuestiono si, aún evacuando todo lo que siento en todos estos cuentos, mi hija va a detectar los huecos que quedan para protegerla a ella o un nuevo camino que, sin darme cuenta, le heredo para descubrir.
Al menos, espero que entienda cuando lea estas líneas que dentro de mí existe un abismo de trabajo entre verme bien y sentirme bien. Espero que entienda que, por más explícitos que sean estos cuentos de a ratos, los tengo que exteriorizar por la simple razón de que cada uno de ellos es mi remedio.
Clarissa Pinkola Estés dice que “Los cuentos son una medicina.” Y cada día que pasa que escribo algo, o que llega la hora de publicar esta columna de historias, siento que voy sanando.
Clarissa también dice que los cuentos “Tienen un poder extraordinario; no exigen que hagamos, seamos o pongamos en práctica algo: basta con que escuchemos. Los cuentos contienen los remedios para reparar o recuperar cualquier pulsión perdida. Los cuentos engendran emociones, tristeza, preguntas, anhelos y comprensiones que hacen aflorar espontáneamente a la superficie el arquetipo de la Mujer Salvaje.”
Por eso creo que es imperativo que los contemos. A nuestra manera, pero que los contemos. Que las historias no residan en nuestra cabeza solamente. Que no estén esperando el momento justo o el formato adecuado para ver la luz, sino que vean la luz y después que florezcan de la manera que ellos crean mejor.
Que no sigan parámetros establecidos o exigencias de lo que creemos que el otro va a proyectar, sino que sean ellos mismos quienes marquen el ritmo. En mi caso, como se dio alrededor del fuego, cada inverno, de generación en generación y en vivo, sanando uno a uno como una medicina.
Porque el cuento que tiene el poder de transformar otras almas además de la que lo produce, es un cuento que necesita ser contado. Contar nuestra historia es permitir a otros vivir algo de nuevo, e incluso, quizá, trazar el propósito de los que siguen para que, de alguna manera, puedan empezar a vivir mejor.
Maria Laura Olave
on 11 agosto 2023Felicitaciones!! Lo más lindo es leer tus cuentos. Gracias 😘
Maria del Carmen Perrier
on 11 agosto 2023¡Gracias a tí, Lau!!! Beso giganteeee
TERESA EA
on 15 agosto 2023Y asi es Beba, juntas vamos construyendo la tela de nuestras vidas, con alegrias y tristezas, recuerdos imborrables y otros que preferimos olvidar, y tal vez nuestra generacion tuvo un extrano pudor, de :eso no se cuenta»los trapitos sucios no se ventilan afuera, etc…creo mas en la familia Perez que en la Favaro, siempre fuimos de hablar a «calzon quitado»Mujeres que corren tras los lobos, de Pinkola Estes, es de mis libros de cabecera, lo leo y releo y me siento totalmente identificada con el arquetipo mujer salvaje, somos tribu, y nunca dejaremos de serlo,besos Ea
Maria del Carmen Perrier
on 5 septiembre 2023¡Qué maravilla Ea!
¡No sabía esto! Es que es un libro de cabecera total. Me pasa igual… lo leo y siento que las palabras me las están dedicando. Impresionante.
Contar es crecer, liberar y liberarse.
¡Te quiero mucho!
¡¡¡Beso enorme!!!
Rosario
on 16 agosto 2023Que lindo leerte siempre!
Yo soy una convencida que los cuentos de la niñez forman parte de nuestra identidad
En todas las familias tendría que haber cuenta cuentos
Maria del Carmen Perrier
on 5 septiembre 2023¡Absolutamente!
Muchas personas me contactan para ayudarlos a reconstruir historias de su pasado, generalmente con personas que de repenta ya no están. Y siento que tenemos que aprovechar la oportunidad de hacer los cuentos y dejarlos grabados para la posteridad porque nunca sabemos a quién le va a llegar la enseñanza al alma. ¡Releer para revivir y comprender! Siempre. Beso enorme Rosario! Gracias por tu comentario!