Cosas que decir: Terapia
Nunca entenderé la aversión de algunas personas a la terapia. Más alla del estereotipo del «loco» o lo que sea, pocas cosas me parecen tan absurdas. Como fumar. Fumar me parece algo completamente absurdo.
Claro que esto lo puedo decir con semejante seguridad porque hablo como una no fumadora. De la misma manera, puedo decir lo anterior porque hablo como paciente. De más de 20 años, para ser exacta.
Lo cierto es que recuerdo el primer día de consulta como si hubiese sido ayer, y puedo asegurar que nunca tuve miedo. Al revés. Por nada en especial, me parecía liberador ser objeto de una charla cuyo éxito dependía enteramente de mi honestidad. Me gustaba el desafío. De entrada me creí capaz y, a decir verdad, no me sentía capaz de muchas cosas en aquel momento.
A mis diagnósticos tampoco les tuve miedo. Cuanto más entendía lo que me pasaba, más cómoda me sentía con cada siguiente paso que daba. A toda conclusión que me costó llegar, incluso después de años, le haría un pequeño monumento.
No es sorpresa, supongo, que entonces hoy pueda afirmar que gran parte de mi camino en la escritura se lo debo a ese entrenamiento semanal que a grandes rasgos se trata de sacar cosas para afuera. Si tuviera que hacer una gráfica, irían íntimamente relacionadas y en aumento las líneas que indican la cantidad de sesiones con el nivel de honestidad de cada texto.
Además, poder hablarle al lector —y a mí misma— tan abiertamente me convirtió en una predicadora ferviente de la terapia. De esta forma, de manera casi inevitable, me volví una receptora de historias de personas que estaban viviendo la transformación de la misma manera, y disfruté mucho ser alguien con quién se puede hablar sobre lo que se siente antes y después del diván* sin miedos ni ataduras.

Al recolectar esas historias me fui dando cuenta de algo que, lejos de ser científico, se siente como una constante casi inescapable en cada testimonio: pareciera que las mujeres no están yendo a terapia solamente por ellas mismas sino, en algunos casos, también por otros más.
Como por algún motivo la historia parece haberse encargado de hacer de la terapia algo «femenino», estas mujeres que quieren y se animan a explorar la terapia no solo se enfrentan a la etiqueta polvorienta de pertenecer al sexo débil, sino que la superan y aceptan la responsabilidad no solicitada de ir también para reequilibrar su entorno directo e indirecto que se rehusa a dar el primer paso.
Mujeres: seres a 286 años** de la equidad y responsables de la comprensión y evolución de los padres, los suegros, el marido, los hermanos e incluso, a veces, de sus amigos.
Pareciera que mientras intentan sacarle algo de brillo a un lado de su fuente, no les da el tiempo para terminar de pulirlo bien, que alguien más ya les dejó el trabajo de tener que comenzar a sacarle brillo a la suya. Todo para después, seguramente, decirles que no les quedó tan bien.
Aquí hay dos opciones. Seguir yendo a terapia e intentar resolver incluso lo de aquel que considera desde hace décadas y décadas que en su vida no hay nada que pulir, o no hacerse responsable y negarse a pulir la fuente de nadie. A fin de cuentas, pensar que uno ya no tiene nada que aprender o resolver suena bastante narcisista.
Pero claro, lo segundo tiene sus consecuencias. En general, a esas personas les genera mucha incomodidad lo que para ellos es «no contar contigo» y para ti es «necesito avanzar para poder vivir».
Lo que queda por hacer, creo, es mirarse en ese espejo propio, brillante y pulido, y sentir orgullo. Porque hacerse responsable de uno es más que suficiente. Yo también, quiero vivir.
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*Puede que no sea un diván. En mi caso, siempre fueron unas sillas o sillones. Hoy, por ejemplo, es la silla de mi escritorio.
**Según ONU Mujeres, al ritmo actual de progreso, pueden pasar otros 286 años para eliminar las leyes discriminatorias y cerrar las brechas existentes en las protecciones legales para mujeres y niñas.
Rosina Otegui
on 10 febrero 2023Muchas gracias !!! Muy cierto todo lo que compartiste !!! 👍👏