Cadaqués
Domingo de fin de semana largo y me encuentro en la estación Nord de Barcelona viendo si queda un pasaje a Cadaqués. Hablé con Cata ayer y, a pesar de conocernos en tercer grado, accedió con altas dosis de buena onda a mi propuesta sin anestesia de caer a hacer «couchsurfing» en su casa. Queda pasaje, lo compro y dos horas y media después estoy en este pueblo que entre momentos cortos de neblina y sol, nunca deja de brillar.
Ya en lo de Cata y Grillo, nos sentamos a comer cuando desde la banqueta se me cae el teléfono. «¡Tranquilos humanos! Mi celular es inmortal» pronuncié. Pero esta vez no, la pantalla no reacciona. Pensé en poner en Facebook el anuncio de «estoy sin whatsapp hasta próximo aviso”, pero lo encuentro bastante choto y prefiero no.
Acotación fundamental: Ojo, que no se rompió toda la pantalla, solo una parte. Pero hete aquí, que justo la parte que se rompió es la zona del teléfono donde tengo que teclear el código de seguridad. Supongamos que mi contraseña es 2558. Bueno, se rompió el 2…el 5….y el 8. Ahí está. Tomá pa´vos y tu buena suerte.
Estoy tentada con la situación. Salgo a caminar un rato pensando «será que tengo que apelar más los sentidos para acordarme lo lindo que es esto… relajarme… mirar el mar….», y eso no dura sino hasta que me doy cuenta que tengo la computadora. Acto seguido, estoy sacándome selfies en el medio de la calle con la computadora en los brazos frente a la mirada confusa de turistas amigos y robando wifi (/guifi/), ahora sí, para contarle al mundo lo ridículo de la situación.
Me siento en un bar amigo que se jacta de tener la mejor vista de Cadaqués, y es verdad. Unas cervezas después y ya estoy charlando con el dueño. Los que atienden el bar que me traen, no uno, sino dos pedazos de cortesía de la tarta de frutillas que pedí. No me quejo y me como las dos, una con helado y la otra con crema.
Arranca otro día y por alguna razón sigo tentada. Las 12 horas que pasé en Cadaqués se sintieron dos días y, gracias a Cata y Grillo, me siento de toda la vida. Salió asado en el viejo refugio de pescadores, enfrente al barco hundido de cerámicas y a un castillo que está en una isla minúscula de la que no registré el nombre. Sigo sacando fotos, las peores de la historia, con la computadora de acá para allá, hasta que finalmente le hago caso al primer instinto de realmente asimilar donde estoy, cómo llegué, las lindas conversaciones que tuve y las personas alucinantes que conocí en este viaje totalmente improvisado.
Tomad nota entonces, de que sí estuve en Cadaqués y que lo pasé increíble, aún no haya registro más que una colección de fotos de computadora, mi cabeza y este blog.
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