Asia
– Te estoy hablando en serio Celi…
– ¡Yo también! ¿Cuándo nos vamos?
– Abril del otro año…
– ¡Listo! Ahorro, renuncio y estoy.
Escuchando lo que me parece es U2 tailandés en un bus larga distancia con cortinas rosadas y ambiente dudoso en el camino de Hat Yai a Krabi, me acordé como había empezado este viaje. Miro al lado y está Cocó leyendo y Celi durmiendo en la otra fila de asientos y me brota la alegría de caer que efectivamente mantuvimos nuestra palabra y acá estamos.
Estas semanas fueron un sueño. Las tres llegadas de diferentes puntos nos reunimos en Bali. Pasamos por Gili, Perhentian, Kota Bharu (con aparición en el diario nacional de Malasia, capítulo aparte), y ahora subiendo por el mapa para hacer el sur de Tailandia.
Con los días se nos amplían las escalas, especialmente la de la tolerancia. Prueba infalible es Cocó cantando «la cucaracha» en la ducha frente a varios espectadores de esa especie, o lograr dormir 10 horas seguidas las tres en cama de plaza y media, con 35 grados y mosquitos.
Pero además de las mil y un anécdotas y chistes internos que no cesan, tenemos bastante seguido flashes de «¿cómo terminamos acá?» y «che, qué suerte que tenemos». Quizás de esos con el que más me quedo es el de Cocó mirando el atardecer en las Perhentian: «Mario, estoy tan bien, que ya no me siento ni un punto en el mapa».
Las palabras de Cocó, sumadas al momento que me di cuenta que no tenía una dirección para poner en el papel de migraciones bajo «Home Address», solo me hacen sentir más y más chiquita. Chiquita pero con un buen equipaje, de mano y de cabeza, de ese que es abundante pero muy muy liviano.
En este segundo mientras contemplamos el increíble mar de Koh Tao, las miro al costado de nuevo con sonrisa en mano. Somos tres personas flotando, disfrutando como nunca de este loquero inolvidable.
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