Aprender viajando
Se dice que viajar es adictivo, porque lo es. Siempre ocurre que, cuando estamos pasándola increíble en algún lugar, nuestra mente ansiosa nos lleva a pensar en el próximo destino. Por más disfrutable que sea seguir planificando, también se trata de digerir bien el momento y, lo que a mi entender es todavía más importante, de procesar lo que significó esa experiencia para cada uno individualmente. ¿Qué me llevo de nuevo? ¿Qué aprendí y qué cambió en mÍ?
En cuanto a lo primero, puedo decir que en cada viaje me tomo un momento para pensar dónde estoy parada en el mundo como si me estuviera viendo desde una nave en el espacio. Pienso en el esfuerzo y el tiempo que me llevó llegar a ese lugar y toco con las manos lo que tengo a mi alcance, ya sea la arena, el pasto o la piedra de una fuente, como una alternativa más efectiva al típico ‘pellizcarse’.
Mi último viaje fue a Playa del Carmen, México, con mi familia, y uno de los momentos que me acuerdo más vívidamente ahora que estoy sentada de nuevo en la comodidad de mi casa, es cuando estaba jugando a la paleta con uno de mis hermanos y mis sobrinas, y detuve el juego un instante para decir:
– Esperen un minuto, piensen en el lugar del mapa en el que estamos, ¿no es alucinante?
Mientras esperaba en la respuesta algunas risas por haber traído semejante tema de la nada, una de mis sobrinas respondió:
– Qué gracioso, papá nos dijo lo mismo hace dos minutos.
Volví a la tierra desde esa nave en el espacio sintiéndome feliz, porque había vuelto de ese viaje dentro del viaje y, además, ahora tenía pruebas de que no lo habia hecho sola.
En cuanto a lo segundo, tengo que sí o sí remontarme al viaje a Tailandia que realicé hace algunos años. En ese viaje saqué mi certificado para bucear en la isla de Koh Tao con la mejor escuela de buceo que uno puede soñar, Pura Vida Diving. Lo cierto es que el día que me anoté para hacer el curso estaba en un intensísimo modo llamado «voy a animarme a todo» y no lo pensé mucho. Si lo hubiera hecho, seguramente mi leve claustrofobia y respeto/miedo al mar no me lo hubiera permitido.
Así fue que me sumergí el primer día con la gente más amable y paciente que uno puede imaginar en el mar transparente de Tailandia. En cuanto me disponía a hacer los primeros ejercicios a 5 metros de profundidad, tuve la pésima idea de mirar hacia arriba. En ese instante, mi mente me jugó una mala pasada y, en un ataque de desesperación, subí abruptamente a la superficie. Con varios ejercicios para entrenar a la cabeza a funcionar debajo del mar, y sin duda mucho apoyo de los profesionales de la escuela, logré tener tres inmersiones a 18 metros de profundidad que significaron mucho más que ver los peces y el mágico mundo submarino.
Lo que me di cuenta años después en este viaje a la Riviera Maya es que, aquel día en Tailandia, superé un obstáculo que cambió mis experiencias de viaje para siempre. Si bien los nervios del primer contacto persisten, el hambre por ver algo nuevo, ver algo más de lo que la comodidad de la superficie me puede dar y, especialmente, el hecho de desafiar a mi mente, siempre ganan. En esos pequeño logros, vive una inmesa satisfacción y una lección de vida que nos hace más fuertes y, por sobre todas las cosas, más libres.
Viajar es divino, es ver y aprender cosas que no se pueden simplemente leer o imaginar. Pero tan importante como conocer lugares nuevos es volver a conocerse a uno mismo, y conseguir de cada vivencia y cada inmersión, una herramienta nueva para encarar la vida.
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