Cosas que decir: Amistad Vol. 2
Me encantan las películas románticas. Tengo algunas preferidas que, de verlas tantas veces, me aprendí el guion. Aun así, desde hace algún tiempo que vengo pensando que existe una narrativa inexplorada en este tipo de películas, porque la amiga de la protagonista siempre tiene el rol de figura fiel y eterna, sin excepción. Pero yo no puedo identificarme con eso. Por eso, un buen día me pregunté: ¿Por qué será que nunca hablamos de las amistades rotas?
I
Mi primera cirugía de la amistad fue a los 13 años. Hasta esa edad formé parte de distintos grupos de los cuales entré y salí con relativa facilidad. Pero mi tranquilidad no residía en esa habilidad, sino en que contaba con una amiga que, fuera a donde fuera, era un apoyo constante. Durante todos los años de mi infancia donde viví en su compañía aprendí lo que significa tener en quién confiar. Solamente por el hecho de contar con ella tenía la convicción de que, peleas o cosas de niñas aparte, siempre iba a encontrar una manera para revivir.
En el año que cumplimos 14 años, cuando nos distanciamos por fuerza mayor, yo no estaba preparada para que no fuera más parte de mi vida. No era su culpa, pero rápidamente me di cuenta de que mi estabilidad dependía de ella. Todavía no había aprendido a flotar en este universo de amistad sola.
Durante años la seguí buscando, pero cuanto más me ignoraba, más me vi forzada a entender que en su nueva vida no había lugar para mí. Después de algunos años de intentar aferrarme a esa parte de mi que ella se había llevado y yo añoraba, me obligué a dejarla ir y a construir nuevas dinámicas de amistad donde, por mi propio bien, ella no podía ser una pieza importante.
II
Viví 22 años sin noción de que existían otras formas de amistad. Hasta el momento, las reglas que adopté eran las de mi pequeño círculo de Uruguay que se basaban en pertenecer a un grupo y habitar ahí contra viento, marea, acoso emocional, traición y todo lo del medio. Viví 22 años pensando que era inconcebible transitar de manera aceptable en la sociedad sin esa estructura.
Sin embargo, siempre hubo algo en esas limitaciones que no me cerraba. Esa es una de las grandes razones por las que paulatinamente me fui alejando de todo lo que daba por sentado para construir espacios donde podía existir mejor.
Cuando tomé la distancia que me pareció suficiente (entiéndase en la otra punta del continente), tomé el coraje de desarrollar libremente las bases de la mujer que quería ser. En esta etapa comencé a sentir que mi niña feliz se conectaba por primera vez con mi adulta feliz. Sin embargo, quienes no habían conocido ni una ni la otra, no pudieron adaptarse con facilidad a esa nueva persona. Para ser completamente honesta, yo tampoco sabía cómo manejar la dualidad entre la que era y la que había dejado de ser, aquella que mientras tanto era añorada por los grupos a los que había decidido dejar de pertenecer. A esta nueva versión, mis estructuras antiguas no la entendían, y para terminar de romper algo que de por sí era frágil, yo no nunca encontré la manera de explicarla.
Lo que ya tenía claro es que no quería ir hacia atrás. Había logrado identificar y deconstruir lo que me hacía mal y no tenía ninguna intención ni incentivo para reconstruirlo. Estaba convencida de que no me merecía estar con nadie a quien mi felicidad le costara tanto y, naturalmente, me volví incompatible con lo que dejaba atrás.
Esta época no fue fácil. Fueron años de sentir que estaba tirada boca arriba en una camilla con el corazón abierto, yendo y viniendo entre cuestionamientos de lo propio y lo ajeno con obstáculos de todo tipo que me impedían llegar a una conclusión. ¿Cierro la puerta? ¿Confío en el tiempo? ¿Por qué me veo forzada todo el tiempo a explicarme? Las preguntas surgían de a borbotones, pero al final entendí que la culpa de mi alejamiento podía ser de nadie y haber sido de todas a la vez. Yo ya no estaba ahí y tampoco había nadie ahí para mí cuando lo necesitaba. Rendida y sin todas las respuestas, decidí irme por el único camino que se sintió seguro. El mio.
III
Aquella operación de la amistad en los veinte fue larga pero necesaria. En cuanto pude pararme de nuevo en mis dos piernas firmes, me puse en perspectiva y vi que el huracán me había dejado paradas dos fortalezas. Eran dos personas que sacaban una versión de mí que me gustaba y, además, eran el primer espacio de amistad donde me querían justamente por ser así. Fue una etapa donde mi reflejo mostraba una persona liviana y contenida. Entendida.
Este pequeño grupo de seres humanos giraba sin estándares y sin soles. Nadie tenía una regla que cumplir ni un sueño por romper. Mi recuerdo es el de sentir inmensa felicidad e incluso un poco de redención. ¿Ves que no es problema mío? ¡Esto sí es amistad! Esto es irrompible.
Y fue tocar el cielo con las manos para que me escupa de nuevo hacia abajo. Así como vivimos las cosas más espectaculares juntas, una de ellas comenzó lenta y sigilosamente a quebrarme. Esa desaparición paulatina y dañina yo la conocía bien. Como para esta altura había aprendido algo sobre las causas y consecuencias de los distanciamientos decidí no ignorar sus cambios de actitud e ir de frente. Pregunté qué pasaba y qué podía hacer. Pedí perdón por cosas que me parecían completamente absurdas con el fin de no subestimar algo que evidentemente le afectaba más de lo que yo podía comprender.
Viví un año tumbada en la inercia de un ghosting degradante. Mi cuerpo intentaba sobrevivir sin anestesia mientras mi corazón ofrecía los brazos, los ojos e incluso mis esfuerzos de realización personal, ignorando a mi mente que le repetía una y otra vez que existían otras fuerzas que estaban tirando del lado contrario. Fuerzas que nunca iba a poder vencer sin importar lo que pudiera ofrecer a cambio.
Pasado un tiempo considerable, comencé a rendirme. El día en que oficialmente solté las armas fue justo una semana después de la publicación de mi primer libro, hito personal que ignoró por completo. Ese día recibí un mail suyo que ni se dignaba a tener un asunto o una despedida, donde decía que la situación que estábamos viviendo «nunca le había pasado antes», y que hasta ahí llegaba. Fruncí el ceño mientras leía el mensaje al darme cuenta de que su intención era echarme la culpa, pues sabía perfectamente que este tipo de alejamientos me habían ocurrido antes.
Me dejó destruida emocionalmente. Los días después de leer ese mensaje tenía la vista tan nublada que olvidé lo que era querer. No podía pensar en otra cosa. Mi madre me observaba en silencio con preocupación al notar que se me caían las lágrimas de un segundo a otro y en cualquier lugar.
En esa oscuridad, me escudé de cualquier mujer que se me acercara con una intención remotamente parecida a algo «amigable» porque ya había sufrido en esa área y no quería hundirme de nuevo. Hurgué hasta lastimarme en todas mis fallas al punto que decidí arrepentirme de todo, incluso de ser yo. Y así fue como me di látigo durante meses hasta no poder más y finalmente convencerme de que alguien que me había dejado en esa posición de todas formas no merecía un lugar en la vida que quería tener.
IV
Sentirme así no podía terminar de otra forma que en una intensa terapia de rehabilitación. El primer día, al verme tan mal, la psicóloga me dijo que «por qué mejor en vez de vernos cada quince días no nos veíamos dos veces por semana». En su idioma profesional me estaba diciendo algo que sospechaba, y es que había tocado fondo y que la cosa estaba complicada, pero también vi en sus ojos mucha confianza y acepté el desafío.
Durante los dos años que nos vimos, construimos juntas una escalera a un lugar todavía mejor del que había idealizado antes. Verla y hablar con ella me ayudó a convivir con la cicatriz y a aceptar la situación. Entendí que también fui parte, y que lo que me estaba haciendo mal no era el hecho de perder a aquella amiga necesariamente, sino el haberme fallado a mí misma al tratarme y dejarme tratar tan mal.
Me parece increíble estar escribiendo esto, pero hoy solo me queda agradecer. Porque si eso era lo que me tenía que pasar para contar con este conocimiento sobre mí misma que me permite estar viviendo tan intensamente cada momento de felicidad, lo tomo y lo volvería a tomar. Hoy veo el mundo y, si bien sé que no soy invencible, si bien sé que se te puede romper el corazón por distintas formas de amor y no solo las que te muestran en las películas, si bien sé que soy un caminante en el bulevar de las amistades rotas, cuento con todo lo que necesito para seguir parada.
Nunca hago dedicatorias en el blog, pero creo que este posteo lo amerita.
Esta columna se la dedico a todas esas amigas que me sacaron adelante sin saberlo. Ustedes saben quiénes son. Gracias por quererme y contenerme. Significó todo.
Guadalupe Galambos
on 11 agosto 2022Qué decir sobre ‘Cosas que decir’?
Muy hermoso como siempre, y muy necesario hablar de vivencias reales. Gracias ♥️
La nuestra no es una amistad de toda la vida (o mejor dicho, no todavía), pero qué afortunada que me siento de haberte cruzado. Feliz de haber conocido a la María que vive a pleno cada momento, y que mientras, como sin esfuerzo, contagia felicidad! Gracias totales!
Rosina
on 12 agosto 2022Me encantó leer lo que escribiste sobre la Amistad 1 y 2 !!! … Cómo me pasa con todo lo que tú escribís, me emociona leer sobre tus experiencias de vida y de cómo las transitas para poder seguir caminando, cada vez más fortalecida y más libre, agradeciendo todas las instancias para poder conocerte más y disfrutar intensamente los momentos de felicidad que te regala la vida … Las ilustraciones de Mery y la música de Andrés complementan impecablemente tu mensaje … Muchas gracias !!!
caro fonseca
on 14 agosto 2022Admiro mucho tu capacidad de levantarte, reflexionar y seguir para adelante mi Mari linda. Sobra decir que tu honestidad, mas en estos tiempos de «mostrar solo lo bonito», es de valientes. Loviu and miss you maifriend.