Cosas que decir: imaginación

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11 marzo 2022

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Cosas que decir: imaginación

Una de las cosas que recuerdo con más nostalgia de mi niñez es la inocencia. Eso es porque sé que, durante esos años, mi imaginación se alimentó de la inocencia y no al revés. Ser niña y haber tenido el privilegio de vivir como se suponía que tenía que ser, con una infancia feliz, me regaló el poder de imaginar historias en mi sala de control emocional que me daban una inmensa alegría.

Al pasar unos años y llegar a la adolescencia, las historias con un final obligatoriamente feliz se convirtieron en sensaciones remotas del pasado. En la tempestad de la ansiedad y angustia de estar «adultando» perdí la ilusión y la inocencia por un futuro que dejé de ver tan claro.

Después de unos años digiriendo esa situación, llegué a la conclusión de que ser adulto era un asalto violento a la imaginación. Me frustraba aceptar que había pasado, en un abrir y cerrar de ojos, de los más dulces sueños a un espacio nebuloso donde la imaginación únicamente vivía en el qué dirán y qué pensarán. Creo que fue darme cuenta de esto lo que me llevó a agarrarle cierta bronca a la imaginación, y eso marcó el punto desde cuando comencé a tratarla como una trampa que atentaba contra mí misma. ¿Cómo podía ser que algo tan disfrutable de repente se convirtiera en algo repudiable? Pasó. Porque «adultar» es difícil y muchas veces la imaginación no ayudaba para nada.

Hoy, años más tarde y con algunas batallas más encima, puedo decir que afortunadamente esa perspectiva sobre la imaginación dio un vuelco. Hoy, gracias a la imaginación, es que encuentro, por ejemplo, una razón más para adrmirar a las mujeres. Las admiro porque sé que existió un día, en algunos casos a sus escasos años y en otros en completa adultez y ambos igual de especiales y válidos, donde proyectaron su realidad en marcos hasta el momento inexistentes. Ese hecho, el de imaginar tu propia realidad imposible es, en mi opinión, no menos que un superpoder.

Por esto admiro mujeres. Las admiro entre otras cosas porque, en cuanto me convierto en la mujer que quiero ser, más me doy cuenta de la capacidad de imaginación que se requirió para llegar hasta la realidad que las puso donde están hoy. Las admiro porque creo que hay que tener verdaderas agallas para ponerse un punto objetivo completamente intangible sabiendo que se tiene todo para perder. Las admiro porque la carrera de obstáculos que evidentemente había que superar para llegar ahí, les pareció algo que valía la pena sufrir. Porque por más sangriento que pudiera su futuro proyectado, ni siquiera imaginar la muerte las pudo detener.

Alucino con su audacia filosa, porque en ese plano de ilusión, no se vieron borrando dolores, sino sorteándolos, combatiéndolos y superándolos. La mujer que imagina su posible realidad y la trabaja para hacerse más fuerte, esa es la que admiro, porque bien sabemos que hay quienes pueden darse el lujo de imaginar sus futuros borrando cada piedra, sobornando su camino hacia la cima, o utilizando cualquier instrumento de poder. ¿Por qué? Porque pueden. Pero eso no es admirable. Eso no es lo que hacemos nosotras por la más simple y real razón que existe: porque no podemos y, aunque quisiéramos, la mayoría tampoco queremos.

Puede que no lo parezca ahora, mucho menos después de leer este texto, pero esto es algo maravilloso del poder de nuestra imaginación. Construimos realidades tal cual las creemos justas sin caer en la toxicidad imaginativa de que va a ser fácil o debería serlo. De que va a ser manipulable o va a ser gratis. Sin fuerza, valentía o alma, tampoco lo queremos. Porque la libertad que puedo imaginar como mujer, o es justa con todas, o no es.