Cosas que decir: Ciclos
Volví a acostarme en la cama a las tres de la mañana después de otra noche de sueño interrumpido. Una vez que tuve la cabeza bien apoyada en la almohada, saqué mi pequeña lista de cosas positivas para distraerme con las que evito caer en un bucle de pensamientos tóxicos.
En el primer puesto de esa lista estaba la tarea pendiente de definir la temática de lanzamiento de la newsletter Cosas que decir del 2024. Pero, antes de ponerme a ello, comencé a reflexionar sobre el camino recorrido.
Es que, a decir verdad, cuando empecé a poner en práctica esta idea, no creí que fuera a prosperar tanto. Y tenía buena razón para hacerlo.
De chica inicié miles de proyectos que, por algún motivo u otro, terminé abandonando. La mayoría por un simple desgaste o falta de interés. Tuve desde una pequeña fábrica de velas hasta un emprendimiento de accesorios. Procuré aprender chino y la motivación me duró un año. Lo mismo con el francés. En algún momento me puse a pintar camisetas que, por decadencia de calidad, terminaron siendo un regalo para mi padre y mis hermanos. Organicé una feria de diseñadores que solo tuvo dos ediciones, una fiesta que solo tuvo una, y varios planes de importación de productos que se quedaron en propuestas semilla. Es por eso que, fiel a una tendencia que me era conocida, supuse que quizá escribía dos o tres historias, y después me iba a olvidar.
Pero no fue así. Por primera vez, algo se sintió distinto. Mes a mes, en la medida en que iba publicando las historias, la pasión no decayó, sino que se volvió más fuerte. En cuanto pasaban algunos días y veía las repercusiones, me comprometía todavía más con la siguiente. Y, gracias a esa secuencia adictiva, me aferré a esas historias como un gran salvavidas que flota en un planeta de solo mar.
En cuanto se fueron acumulando las ediciones —y los lectores—, caí en cuenta de que, Cosas que decir, iba mucho más allá de ser una idea para saciar un impulso creativo. Desde este píxel de existencia cibernética, lo que quedaba materializado era un texto que exhibía partes de mí que me ayudaban a entender mejor la etapa que estaba viviendo. Incluso alguna que me había quedado inconclusa.
Las historias se volvieron un hilo conductor sobre comienzos y finales sin planearlo. En definitiva, se convirtieron en una manifestación de ciclos. Esos lapsos curiosos con un final pendiente, o anhelantes de tener su comienzo. Y de eso, creo yo, está hecha la vida.
Días antes de adentrarme en el fascinante mundo de los ciclos, le escribí a una amiga para que me ayudara a entender un sentimiento que no me estaba convenciendo. Le expliqué que, a raíz de una noticia teóricamente irrelevante para mí, sentía que dentro se estaba abriendo un gran hueco. Que había notado que, aunque pasaran los días, los detalles con los que me iba topado me estaban angustiando. Le manifesté sin miedo que me sentía infantil, y le pregunté si tenía alguna pista de por qué mi inconsciente seguía aferrándose al imaginario de una historia que no tenía nada que ver con la mía.
—Eso te pasa por no haber cerrado un ciclo. Ese dolor, angustia, o como quieras llamarle, son conversaciones que no tuviste, cosas que te quedaron pendientes de decir —contestó en tres microsegundos. Es psicóloga, quizá eso explique su capacidad para dilucidar cuestiones abstractas con la mitad de la información.
Y sí, era eso. Al pasar los días y ver cómo se diluía ese malestar más rápido que la sal en el agua de mi pasta, acepté que, en varios aspectos de mi vida me faltaban cosas que decir, exteriorizar sensaciones que nunca manifesté, vivir situaciones que evité y aprovechar momentos que dejé pasar.
No siento orgullo por esto. No es fácil asumir que tengo varios ciclos que cerrar. Sobre todo, aquellos cuyo cierre tengo claro que depende de mí. Esos que me obligan a rendirme de una buena vez a la idea de que muchas veces no pasó lo que quería, y a abrazar con fuerza la creencia de que, haya sucedido lo que haya sucedido, era exactamente lo que necesitaba.
Pero estoy dispuesta a lograrlo. Sé que el peso de no cerrar un ciclo no se vuelve más liviano con el tiempo, sino todo lo contrario. Es un nudo que no deja de ajustarse. Segundo a segundo se tensa y se aloja cada vez más adentro nuestro. Puede que nos deje vivir, nos permita respirar, nos dé permiso para salir a disfrutar de a ratos, e incluso reír, pero eso no significa que nos esté permitiendo existir bien. Eso no significa que podamos dar por cerrado el ciclo.
Por eso, no me pareció casual que se hiciera viral la confesión de mi madre sobre un ciclo que parece estar cerrando, nada menos, que cincuenta años después. Se trata de la parte de su vida que empieza con la muerte de su hermano en el accidente de los Andes de 1972 y que, de alguna manera, se acerca a su cierre con la película La sociedad de la nieve. “Me liberó”, dice en el video. Y es tan honesta al respecto, y es tan clara su evolución, y es tan notorio como se rinde al comienzo de un nuevo ciclo que le toca la puerta, que una considerable parte del mundo quedó movilizada.
Ser testigo de esta repercusión me invitó a detenerme a analizar en cómo es que sucede un fenómeno así. Una situación donde millones de personas conectan y se emocionan con una historia aparentemente lejana. Y supuse que tenía que ver con la vulnerabilidad. Creo que, el verla sentada en ese sillón dejando expuesto el cierre de un ciclo marcado por una herida que se mantuvo abierta tantos, pero tantos años, los inspiró.
Lo que es más. Siento que es muy probable que, después de verla, muchos espectadores hayan pensado qué les hacía falta para cerrar sus propios ciclos inconclusos. Para sanar sus propias heridas.
Porque cerrar ciclos es, en muchos casos, cerrar heridas. Y yo tengo algunas ahí, bien abiertas, sangrando incluso a veces como si sin querer me hubiera rascado la cascarita. Pero estoy salvada, pienso yo, porque tengo este espacio para poderlo exponer. Mi espacio sagrado donde caen a borbotones todas las cosas que tengo que decir para, yo también, cerrar mis ciclos. Porque solo así es que creo que, finalmente, voy a poder abrir la puertas que se merece mi vida.
Fernando
on 10 marzo 2024Gracias Maria por compartir tu historia y la de tu madre.
Me aventuré a leerla primero y luego escuché el audio. Te noté algo nerviosa al principio de contar la historia, imagino por la transcendencia de la misma y luego llegó un momento en el que soltarte y la tranquilidad llegó a tu ser, a partir de ahí pude disfrutar plenamente de vuestra historia.
Te mando un saludo, Fernando.
Maria del Carmen Perrier
on 10 marzo 2024Qué genio, Fernando. Mil gracias por tu comentario. Me pareció lo mismo, jaja. Me toca practicar y dejar fluir. Espero que en las próximas historias vayan viendo la mejoría 💜 Un abrazo!!!!
Rosario
on 3 abril 2024Siempre q te leo me sorprende tu inteligencia emocional y la manera de trasmitir esos temas que nos atraviesan a todos
Estoy esperando con ilusión tu novela
Maria del Carmen Perrier
on 4 abril 2024Me emocionás, Rosario. Mil gracias. Prometo no decepcionar 🙂 . Un fuerte abrazo y gracias por estar siempre ahí. Significa mucho para mí.