Diario de Viaje: Budapest
De Budapest había escuchado más por la canción que por otra cosa, pero cuando organizamos el viaje y vimos la posibilidad de venir, algo me entusiasmó de sobre manera sin saber por qué.
Después de un brevísimo descanso, salimos a recorrer y encontrarnos con Cindy que voló desde Londres para pasar el fin de semana con nosotros. Más tarde llegó Caroline, que se unió a último momento al plan de fin de semana. Las son dos muy buenas amigas de Andrés hace muchos años y está comprobado que son excelentes compañeras de viaje. Además, ya conocían Budapest, lo que nos ahorró mucho tiempo de búsqueda de los mejores y más escondidos lugares para recorrer, y comer.
Al otro día nos encontramos en Szimply para desayunar, un barcito de apenas 5 mesas y 8 platos para elegir, con un mini café enfrente que dirige la hermana del chef. Todo esto en un callejón al que nunca entrarías si no te dicen de encontrarte ahí. El chef cocina en una barra minúscula los platos más elaborados y divinos que vi. La espera se hace valer porque, curiosamente, Szimply de simple no tiene nada; ahí una ‘Avo Toast’ es no menos que una obra de arte.

De ahí cruzamos por el puente caminando hacia Buda – Budapest es la suma de Buda y Pest, que se separan por el río Danubio – donde se encuentra el castillo. Subimos hasta mitad de camino para tener una vista panorámica de la ciudad, y después seguimos por la orilla del río hasta el puente Széchnyl Lánchid, o ‘el puente de las cadenas’, un espectáculo del año 1849. Del otro lado, se encuentran varios bares con terrazas al río y vistas al castillo que, aliadas con el sol espectacular de septiembre, nos obligaron a frenar por un trago.
Con pilas recargadas seguimos hasta el Parlamento, parada obligada en Budapest y un ícono en Hungría. Razones sobran. El parlamento es el segundo más grande del mundo; solo con caminar alrededor uno queda hipnotizado con la grandeza y sensación de poder que emana el edificio. Después de esa parada atravesamos el parque posterior y nos dirijimos hacia el Distrito 5, bastante más atrás, para almorzar en Mazel Tov.Este restaurante es brutal. Además de estar en una casa antigua del barrio totalmente recuperada y decorada súper linda, se come delicioso y los platos son ideales para compartir entre cuatro.
BAÑOS DE BUDAPEST

Si este día parece de mil horas, es porque lo fue, ¡y qué dicha!. De ahí nos tomamos un taxi hasta los baños de Széchnyi. Resulta que en Hungría ir al spa es una tradición, puesto que cuentan con fuentes de aguas termales en toda el área, razón también por la cual se instalaron los Romanos hace miles de años. Hay muy buenas opciones para vivir la experiencia, pero hay que fijarse bien los horarios y condiciones de cada uno de los establecimientos.
Qué decir… creo que volvería para quedarme solo un fin de semana recorriendo solamente estos lugares. Al principio nos lo tomamos medio en chiste, pasando de una piscina a otra de diferentes temperaturas como si fuera un Disney. Pero después nos dimos cuenta que los locales tienen un ritual y decidimos copiarlo. En primer lugar, aunque estén en grupo, se quedan en silencio. La gente casi no se habla, se queda flotando y cerrando un poco los ojos con una actitud de relajación y respeto. El traspaso de una piscina a otra es lento, y siempre de las de agua más fría hasta la de agua más caliente.
Donde fueres, haz lo que vieres, porque sino te perdés la mejor parte. Al seguir estos pasos tal como ellos y llegar a las piscinas calientes de 38 grados, se sentía como estar en las nubes. El cuerpo te empieza a aflojar, la piel queda suavecita y sensible, resulta más dificil abrir los ojos y más fácil dejarse ir. A esta altura ya no es cuestión de proponerse estar en silencio, se está y punto porque el transe te obliga. Te queda una sensación alucinante. Conclusión de esto: hay que ir y sin miedo. Solamente hay que averiguar cuál spa se adapta mejor a los gustos de cada uno, y listo.
Desde ahí directo a la cama para una siesta medio rápida y después a cenar a Zeller, otra sorpresa de Budapest. Qué lugar más increíble. Entre charla, risa y charla no nos dimos cuenta que había cerrado el restaurante y finalmente nos pidieron por favor que nos fuéramos de una vez. Así de bien se pasa. De ahí volvimos a la zona de ‘bares en ruinas’, en los alrededores del barrio judío, para tomar algo. La movida nocturna es muy fuerte en Budapest. Se pueden contar no menos de 4 despedidas de solteros de personas de todos los países, que van ‘bar hopping’ de acá para allá por la calle principal.
Perdimos la mañana porque…nos quedamos dormidos. Así que fuimos a almorzar directamente y despedirnos de Cindy y Caroline que salían esa tarde de vuelta a Londres. Esta vez fuimos a probar comida típica a Gueto Gulyas. Lo clásicos platos aqui son sopas y estofados con acompañamientos a base de papa. Otra excelente opción porque comimos riquísimo, pero lento que dio miedo. Así que enseguida de terminar, las chicas partieron al aeropuerto y nosotros a aprovechar lo que quedaba de luz.
Medio perdidos, seguimos cuesta arriba hacia la entrada del Bastión por el Distrito 1. Esto es lo que me gusta de los viajes sin planes obligados, descubrir lugares fuera del radar que te dejen la boca abierta. Las casas totalmente restauradas de colores pastel y árboles de todo tipo en tonos naranjas preparándose para el invierno. Dificil explicar la vista desde cada escalón de las escaleras hasta la entrada de lo especial que fue, súper recomendada esta opción antes que pagar por un funicular o ascensor y hacer esta parte encerrado y fumarse unas filas eternas.
Uno puede quedarse tiempo indeterminado ahí arriba, ya sea tomando un café, apreciando la vista y recorriendo las callecitas pero como bajó la temperatura, hubo que bajar rápido para poder seguir con el plan: ver Budapest iluminada desde el puente. Llegamos con éxito para ver el momento en que se despliega el ‘show’ para descansar de la caminata y sacar fotos, y después volvimos a lo de Sylvia para dejar todo listo para mañana. Con suerte pudimos disfrutar un poco de la feria de comida y música clásica a la vuelta de la Basílica y la casa, comer algo y reflexionar un poco sobre la suerte de poder ver estas cosas. Mañana partimos a Viena con mucha expectativa y toca madrugar.
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