Fuera del libreto
En la jornada -porque siete horas ya no califican como almuerzo- de bienvenida de Cuca y Princess Juliette, caminé de oeste a este, norte a sur como una desquiciada entre el mar de tulipanes. Seguramente haya caminado más ese día que en los últimos 4 meses, efectos del AccuWeather marcando más de 10 grados que al fin me dejaron sentir el sol en la cara sin agarrarme pulmonía en el intento.
Después de almorzar, tomar un café, postres varios y café de nuevo, partimos con Vic, Cuca y la beba hacia el Meridian Hill Park para ver si estaban los tamborileros, todo parte del plan maestro de ejercitar el oído musical de Jules para que se convierta en una gran multi-instrumentista políglota, y ainda mais.
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El ruido de los tambores se sentía de lejos. Lejos y alto, por lo que no hubo más remedio que escalar con el carrito y la beba hasta el tope. En la cima nos encontramos con una banda completa, con director y todo en un estado de sobriedad dudoso. Si bien sonaban como uno, dejaban entrever entre canción y canción toda la improvisación. Sumado a eso había un grupo de «bailarinas», entre cinco y diez mujeres que juzgando por los movimientos, poco les importaba la opinión del público. Aparentemente eran desconocidas entre sí, pero estaban integradas a la tal banda con movimientos tan perfectos que mostraban que ese ritmo lo llevaban en la sangre. Ahí estábamos las cuatro uruguayas de espectadoras, salvando las diferencias para remontarnos a la fuerza al Candombe de la patria.
En ese momento sentí el alivio de que Cuca y Jules hubieran vuelto. Después de un mes afuera, mi gran libro de oro mental de frases reconfortantes escrito por Cuca ya estaba agarrando polvo. Confío en él para empujarme a donde me quiero tirar, y es el mejor salvavidas cuando a veces me canso de nadar. Creo que la efectividad de este manual de conclusiones es en parte el reflejo de las cosas que tenemos en común, especialmente algunas anécdotas que tienen su equivalente en una y otra vida. Adoro la manera en que es sincera conmigo, que si bien se podría calificar de «honestidad brutal», los comentarios nunca vienen con un gramo de crítica ni desaprobación, sino que llegan para ayudarme a enriquecer este viaje.
Tanto tiempo sin vernos propulsó a mi verborragia a niveles desorbitantes. Atenta como siempre a mi catársis de cuestionamientos (injustificados), estaba cantado que era cuestión de tiempo para que sumara otra frase al libro de oro: «A ver… ¿qué te importa prima? Si ya te saliste del libreto hace rato». Muy cierto, y nada como un recordatorio para seguir disfrutándolo.
Mientras pensaba en eso, divisé a una mujer entre las famosas bailarinas que me llamó la atención. Estaba totalmente desinhibida, no le preocupaba en lo más mínimo que la estuviera viendo medio pueblo. Parecía convencida de que era la Shakira africana, moviéndose como si no hubiera mañana, sonriéndole al suelo y al cielo en cada paso irradiando una felicidad digna de envidia para cualquiera que tuviera un mal día. Ahí mismo nos encontramos las dos desconocidas, en algún lugar entre el Candombe y el parque, dentro del mismo metro cuadrado y a la vez, fuera del libreto.
El ruido de los tambores se sentía de lejos. Lejos y alto, por lo que no hubo más remedio que escalar con el carrito y la beba hasta el tope. En la cima nos encontramos con una banda completa, con director y todo en un estado de sobriedad dudoso. Si bien sonaban como uno, dejaban entrever entre canción y canción toda la improvisación. Sumado a eso había un grupo de «bailarinas», entre cinco y diez mujeres que juzgando por los movimientos, poco les importaba la opinión del público. Aparentemente eran desconocidas entre sí, pero estaban integradas a la tal banda con movimientos tan perfectos que mostraban que ese ritmo lo llevaban en la sangre. Ahí estábamos las cuatro uruguayas de espectadoras, salvando las diferencias para remontarnos a la fuerza al Candombe de la patria.
En ese momento sentí el alivio de que Cuca y Jules hubieran vuelto. Después de un mes afuera, mi gran libro de oro mental de frases reconfortantes escrito por Cuca ya estaba agarrando polvo. Confío en él para empujarme a donde me quiero tirar, y es el mejor salvavidas cuando a veces me canso de nadar. Creo que la efectividad de este manual de conclusiones es en parte el reflejo de las cosas que tenemos en común, especialmente algunas anécdotas que tienen su equivalente en una y otra vida. Adoro la manera en que es sincera conmigo, que si bien se podría calificar de «honestidad brutal», los comentarios nunca vienen con un gramo de crítica ni desaprobación, sino que llegan para ayudarme a enriquecer este viaje.
Tanto tiempo sin vernos propulsó a mi verborragia a niveles desorbitantes. Atenta como siempre a mi catársis de cuestionamientos (injustificados), estaba cantado que era cuestión de tiempo para que sumara otra frase al libro de oro: «A ver… ¿qué te importa prima? Si ya te saliste del libreto hace rato». Muy cierto, y nada como un recordatorio para seguir disfrutándolo.
Mientras pensaba en eso, divisé a una mujer entre las famosas bailarinas que me llamó la atención. Estaba totalmente desinhibida, no le preocupaba en lo más mínimo que la estuviera viendo medio pueblo. Parecía convencida de que era la Shakira africana, moviéndose como si no hubiera mañana, sonriéndole al suelo y al cielo en cada paso irradiando una felicidad digna de envidia para cualquiera que tuviera un mal día. Ahí mismo nos encontramos las dos desconocidas, en algún lugar entre el Candombe y el parque, dentro del mismo metro cuadrado y a la vez, fuera del libreto.
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