Marco. Polo. Tierra. Netflix.
A mediados de noviembre empezó a hacer «frío» por el hemisferio norte. No iba a pasar mucho tiempo hasta que entendiera las palabras de Marcos cuando me dijo que me preparara porque ni eso era frío, ni iba tener aviso previo, y así fue. Unos días después, como si naciéramos con un hada que nos guarda la ropa de verano mientras nos regala recetas de Zoloft para no caer en pozo depresivo, le agregué la media más gruesita a la havaiana y… ¡voilá! Pantufla nueva y lista para el Vortex Polar.
Primeros viernes de enero, y yo en modo Cono Sur reniego de este frío. Con unas ganas desaforadas de salir, rescato lo lindo de los arbolitos pelados y con el soundrack de Frozen en la cabeza canto «the cold never bothered me anyway», y me la creo porque no tengo otra.
Hago cuentas y me percato de que faltan años para que Ine «bolichera de ley» Nin llegue de tomar sol y brindar vestida de blanco. La odio un poco, y sigo la búsqueda de otro inconsciente como yo que quiera salir con -10 grados. Lo cierto es que no da, pero el “no” nunca me cayó muy bien. Mi amigo brasileño y fiestero como pocos ya está en la cama y dice en voz alta lo que ya sé pero vengo evitando. Esta noche realmente no da para otra cosa y me recomienda una película en Netflix. Camino de ida.
Automáticamente empiezo a pensar que lo mejor es dormir horas y horas hasta el otro día, lo que da pie a una pelea callejera entre la Cósmica y Jlo, contra Netflix y Pachorra. Al bajar la sensación térmica a -16, Jlo y la Cósmica dan tregua y se cambian chochas los tacos por las “havatuflas” y así de sexy me dispongo a disfrutar del nuevo plan. Acto seguido, me abrazo al iPad y pongo “Love actually” porque ya me la se de memoria (puedo recitar el guion prácticamente de principio a fin si me ponen mute, lo probé con mamu que también es fan) y lo único que preciso es ruido de fondo. De manera totalmente consciente, decidí soñar despierta.
Desde que llegué esto se convirtió en un hobby cuando estoy sola. A esta altura ya sería sin duda lingote de oro con diamantes en American con la cantidad de millas que tengo acumuladas. Generalmente viajo a Montevideo a abrazar a mis cuatro enanos. También me estoy yendo seguido a Playa Verde con mis amigas, y ya fui un par de veces a ver a Bruno Mars en primera fila, no sin antes pasar por Barcelona a comer croquetas.
Después de algunos intentos frustrados de hacerlo en silencio, llegué a la conclusión de que sin ruido de fondo no entro en trance. Soy una de las tantas personas “soundoholic” y “silencephobic”, aunque en mi caso en particular sea una clara resaca de las épocas donde mi cabeza no era necesariamente mi mejor aliada.
Con el tiempo, la música en el fondo se convirtió en el soundtrack de mis viajes. Hoy soy mi mejor aliada, y por mis rutas, el hielo y la nieve no cancelan ningún vuelo. Disfruto estar sola, logro conseguir entradas para el concierto que me tiene obsesionada, visito a toda la gente que quiero abrazar, y vuelvo a los lugares que me marcaron en algún momento. No juego al solitario, trato de leer lo más que puedo, pero pocas cosas le ganan a mi versión del “Marco, Polo” que me lleva a donde y como quiero, y que simplemente termina conmigo auto-respondiéndome con good madness: “Tierra, Yo”.
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